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viernes, 7 de febrero de 2014

Poemario de Franklin Mieses Burgos



MENSAJE A LAS PALOMAS
Id ahora a decirle a todas las palomas
que el milagro de Dios nos estaba esperando
oculto bajo el agua.

Que además de la luz -viva entraña del verbo-
igualmente fue el beso; la caricia del ala
de su sombra en las algas,
en medio de la noche sin alba de los peces.

Id ahora a decirle
que cuando la luz fue la primera sonrisa
caída de su espejo,
algo dejó de ser en torno de la luz,
algo rodó en pedazos debajo de su lámpara.

También id a decirle
que el solo hecho de ser
es ya una destrucción.

Porque sólo no siendo
es posible lo intacto.


EVA RECIÉN HALLADA
Tú que habitas ahora despierta sobre el agua
rota de los diamantes.

Tú que habitas ahora, como una llama vida,
lo mismo que lámpara desvelada en su propio
mundo de claridades.

No eres la terrible, la fulgurante luz
que llega de los cielos.

Eres la espada fina, la silenciosa espada
que siega las tinieblas,
el más agudo grito salido de las mismas
entrañas de las sombras.

Entre el río de siempre cubierto de ceniza.

El río inevitable
donde mi amor aguarda la primitiva lumbre
que quiebra sus metales,
sus desoladas selvas, sus ópalos del aire.

Eres la iluminada,
la solitaria esquiva que defiende los bronces
de la noche y del alba.

¡ Radiante forma anclada de los vivientes orbes,
traspasado por ti derrumbo mis orillas,
hago rosas de hielo de mis propias palabras!

-¿En cuál lecho de otras arenas diferentes
creció de soledades
la noche que en tus pulsos moja en agua celeste
su roja llamarada?

En la ola de vidrio furiosa que te envuelve
lo mismo que una torre,
como una firme hiedra de sed devoradora,
construida de ciegos arcángeles te elevas
más allá de las nieblas,
hacia los nuevos soles que laten en tu sangre
llovida de amapolas.

-¿Es el amor que esperas erguida en el umbral
de la rosa más alta?

¿De la encendida rosa que el verano calcina
con sus labios de fuego?

Debajo de la muerte total otras campanas
desesperadas claman,
claman otras campanas
debajo del silencio donde crece el vacío
como una flor helada.


PRIMERA EVASIÓN
Lo redondo es un ángel caído en el vacío
de su propio universo,
donde la oscura voz de su verdad resuena
llena de eternidad cerrada y de infinito.

Lo redondo es un río que sale y que torna
de nuevo hacia sí mismo, hacia la hueca nada
donde su ser gravita.

Por su forma la lengua de Dios está explicando
su gracia preferida,
la imagen con que muestra la sombra de su rostro
desnuda sobre el mundo.

-¿No es su ley la que esculpe la manzana del orbe,
el anillo que muerde el pedestal del árbol,
la cabeza del hombre?

Lo redondo es un ángel cautivo que no sueña,
que no se translimita de su cerrado cielo;
un ángel prisionero
que está sujeto a Dios como un objeto más
de amor entre sus dedos.


SEGUNDA EVASIÓN
-¿Quién encendió la lámpara perenne de la rosa?
¿Quién desató el pequeño enigma de la hoja,
de la apretada piedra donde habita el silencio?

Cuando el ángel pregunta ya deja de ser ángel;
la ignorancia es la espada desnuda que defiende
su rosa de inocencia;
la rosa que no sabe ella misma el origen
terrible de su nombre, de su propio fantasma
cerrado como un nudo de aroma hasta la muerte.


DESVELADO CAÍN
A la orilla del aire yo destruyo la sombra
delgada de los pájaros
solitarios que habitan caídos en el cielo
pequeño del rocío,
de ese húmedo espejo donde todas las cosas
del alba se derrumban,
se hunden en el frío metal en donde el trino
sonámbulo se hermana con la niñez del agua.

A la orilla del aire yo destruyo la rosa
del rosal, la azucena,
la nube y la guitarra que también es alondra
nacida en una nueva
presencia quejumbrosa de metales heridos.

A la orilla del aire yo destruyo el aliento
del ángel, la paloma.

Nada queda en mis manos que no rompa
en procura de mí mismo en el fondo,
en la íntima entraña sepulta de las cosas
donde lo eterno esculpe su máscara de siempre,
su soledad más honda.

¡Oh Padre imaginado
tras el terrible cielo por donde pasa el viento
del misterio soplando la voz de sus campanas!

-¿Qué cosa es que supongo hallar
tras de tu niebla?
¿Cuál enigma vislumbro oculto tras la negra
semilla de tu árbol?

La noche milenaria
que enroscada descansa sin rostro entre mis huesos,
la noche que me oprime por dentro y me devora,
¿no es la misma que cava con sus dedos de sombra
su abismo en los objetos?

Por aquí desemboco rodando hasta la gota
donde la más antigua de mis voces descansa.

Si tú el cálido aliento de tu pulmón soplaste,
para forjar del barro miserable la estatua
preciosa de la vida.

Yo levanté mi mano valiente hasta tu rostro,
para inventar la humana presencia de la Muerte.

Desde entonces yo he sido también un dios creador,
arquitecto único de ese orbe distingo
donde el fecundo cielo no hizo del verbo luz,
sorda parte de un mundo donde la intacta sombra
es virgen todavía.

No es Abel el que muere herido por el golpe
salido de mi mano, no es Abel el que muere.

Con él sólo destruyo las formas permanentes
del símbolo primero:
igual me hubiera sido la presencia de alba,
lo inmutable del cielo.


CANCIÓN DE LA VOZ FLORECIDA
Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.

Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.

Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:

maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.


ESTA CANCIÓN ESTABA TIRADA POR EL SUELO
Esta canción estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.

Yo entonces ignoraba que también las canciones,
como las hojas muertas caían de los árboles;
no sabia que la luna se enredaba en las ramas
náufragas que sueñan bajo el cristal del agua,
ni que comían los peces pedacitos de estrellas
en el silencio de las noches claras.

Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
que eran todas posibles en la tierra del viento,
en donde la leyenda no es una hierba mala
crecida en sus riberas, sino un árbol de voces
con las cuales dialogan las sombras y las piedras.

Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
cuando aún no era mía
esta canción que estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
pero ahora ya sé de las formas distintas
que preceden al ojo de la carne que mira,
y hasta puedo decir por qué caen de rodillas,
en las ojeras largas que circundan la noche,
las diluidas sombras de los pájaros.


CANCIÓN DE LOS OJOS QUE SE FUERON
Se me fueron los ojos por mirar la presencia
posible de las cosas que pasan como el río,
como el pájaro blanco de una luna sin alas,
como el cristal en donde se desnuda el silencio.

Desde niño se fueron...
y ahora tengo en la sangre
otros ojos que miran por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante,
y esta es mi pena ahora: el término y distancia;
el que yo muera siempre, mientras los otros cantan
cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas
buscando la sonrisa que olvidan las estrellas
al huir presurosas ante la luz del día.

Yo me iría tirando también como los otros
en un cauce perfecto mis redondas palabras;
pero no puedo, no; hay otras formas mudas
que me llaman más hondo que la voz de las aguas.

Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos
allí donde la niebla tiene rosas moradas,
y el silencio devora la imagen de otra luna
hecha de anochecidas canciones apagadas;
allí donde los nardos son palomas crecidas
con las alas quebradas,
y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto,
sino una ruta ancha por donde de puntillas
llega de noche el alba;
quiero decir: allí donde todas las hojas
elaboran por dentro de la savia fecunda
de sus verdes entrañas,
la presencia de una primavera enterrada,
en donde están gritando de angustia por su vida
las rosas que no nacen;
allí están mis ojos: los ojos de mi sangre,
los que miran tan sólo por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante;
los ojos que me dieron, que no fueron de carne;
allí están en la sangre
mirando el lado opuesto, la forma diferente,
el oculto sentido de la carne y la esencia;
porque todas las cosas tienen su doble sombra,
hasta la voz y el viento.


CANCIÓN DEL SEMBRADOR DE VOCES
Caminando al azar por los caminos,
por los muchos caminos distintos de la vida,
voy tirando palabras desnudas en el viento,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.

Son palabras dispersas, acaso sin sentido,
palabras misteriosas que afluyen a ml boca,
cuyo origen ignoro.

Algunas veces pienso que es otro quien las pone
sobre mis propios labios para que yo las diga.
Y yo las digo; pero, tan displicentemente,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.

La multitud que pasa me mira y se sonríe
y yo también sonrío; pero sé lo que piensa.

En cambio ella no sabe que yo estoy construyendo
con esas simples voces salidas de mis labios,
la estatua de mi mismo sobre el tiempo.


CANCIÓN DE LA AMADA SIN PRESENCIA(Antigénesis)

Antes de que tu voz fuera color de trino
y tus ojos dos sombras salobres como algas;
cuando aún tu sonrisa no era un camino abierto
para encender al alba, sino una melodía
en un país remoto de la tarde;
entonces, -¿lo recuerdas? -,
todos éramos uno en la unidad de Dios,
y mi aliento de vida era tu mismo aliento,
porque tú eras yo.

¡Oh indescifrable enigma de la rosa y el viento:
yo me amaba en ti misma!
Todavía el ocaso no era un pájaro muerto
colgado entre dos ramas,
ni se dolía la noche
en la angustia pequeña de los nardos,
ni el cielo era de trapo,
ni el mar una hoja verde sin sirenas.

Acaso todavía los lirios no eran lirios,
ni estrella, las estrellas;
ni el sol una sonrisa de claridades altas
nacida entre dos astros; todavía, te digo,
que nada tenia forma resuelta entre las cosas;
el aire no era aire, sino una mariposa:
solo una mariposa con las alas tendidas.

Qué dolor el de no verte desfilando
como ci perfil sonámbulo de un ala
entre los mansos árboles sin luna,
ni flotando en la noche única y sola,
como un ave perdida entre la bruma.

Sin embargo los dos íbamos juntos
sin que tu sombra
gritara por el frío de la palabra "nunca"
su agonía; sin que ninguna pena,
por el silencio mismo en que morías,
espigara una rosa de ternura
como vivo recuerdo de un alma que se iba.

Qué dolor el de no verte
entre estas muchas cosas que no eran:
las montañas los nidos, las ranas y los peces,
la luna grande
mojada de canciones,
la tierra azul y la mañana verde.

Qué dolor el de no verte;
porque este era el instante
único y preciso de las nominaciones:
ya el viento seria viento; la violeta, violeta.

La mano de lo arcano ponía su etiqueta
sobre todas las cosas; ya íbamos a ser:
mujer, estrella o rosa.

Pero tú fuiste un atardecer.
¡Sólo un atardecer!

Y yo, poeta.


CANCIÓN DE LA NOCHE LARGAEn la noche y bajo una
muda elocuencia de piedra,
la sombra de los cipreses
es como un grito en la niebla.

Coros de voces descalzas
ponen sus ágiles pies
sobre las copas oscuras
de los árboles; después
la aguda espada de un grillo
hiere un hermoso silencio
de blanca carne de lirio
y de cabellos de incienso.

Yo sueño con que tus manos
se van perdiendo a lo lejos
como dos trémulas alas
tras la negrura del cielo.

Soledad de soledades:
mi corazón está solo
frente a esta noche que crece
como un rosal sin colores.

Si pudiera ver el mar
que me recuerdan tus ojos,
se trocarían en lumbres
mis soledades en sombra;
se llenaría de flores
el limonero más alto;
con sus mejores kimonas
vendrían las mariposas
de donde nadie lo sabe;
la luna se iría entonces
cantando por otra calle,
y una frescura de infancia
se me entraría en el alma:
ya no sería yo el mismo,
el de esta noche tan larga;
con otro cuerpo distinto
y el corazón en las manos
retornaría de nuevo
para jugar en la playa.

Canciones de primavera.
Olor a tierra mojada.

¡Todo si viera tus ojos
en esta noche tan larga!


CANCIÓN DEL MUNDO ESTÁTICO
Me imagino tu mundo por dentro como un amplio
coro de incomprensibles voces de terciopelo,
flotando entre una selva de árboles humanos,
tras un dolor desnudo venido de muy lejos.

Me imagino tu mundo -terrible, solitario-
como un paraje en donde crezcan rosas de tinieblas
y en donde impetuoso un viento crudo y agrio
muerde un viejo silencio de corazón de piedra.

Me imagino tu mundo como si en él la noche
hubiera florecido sus pétalos de sombras
para quebrar el alba dorada que persiste
en despertar el canto de todas las alondras.

Después acaso un solo sonido sin palabras,
una másica muerta, un resplandor de estrellas
ahogadas sobre el agua de un río silencioso
que marcha lentamente camino de la muerte.

Una rosa, una dalia, algo absurdo que finge
la traslúcida cara de un ser cuya sonrisa
nieva lumbre de luna. Y en medio de este mundo
atormentado y solo, como una torre adulta:
tu voz petrificada.


CANCIÓN DEL RECUERDO FELIZ
Cuando por soleados caminos del domingo,
cogidas de las manos venían las margaritas
con sus limpias enaguas recién almidonadas
crujiendo melodías de almidón en el viento;

cuando enardecidas iban las amapolas
gritando en rojo vivo su pasión anarquista
por todos los viajeros senderos de la aurora,
y los claveles eran Caperucitas Rojas,
las dalias (con sus faldas de encajes) bailarinas,
ignoradas pavlovas de la verde campiña,
con tramoyas de vientos, en proscenios de hojas;

cuando todas las rosas del rosal tenían alas,
y en vez de ruiseñores canoros en sus jaulas,
las viejas solteronas mimaban en sus sueños
tulipanes azules que cantaban:

era entonces el tiempo feliz de las abuelas;
el bello tiempo ido de las pantallas rosas,
los relojes de cuco, los bastones de estoque,
las postales de Niza y el ademán pausado
con que los caballeros se hacían el bigote;

tiempo todo cubierto de un fino terciopelo,
por el que descendían las palabras discretas
en un suave despliegue de susurrantes voces
cuando el vals entreabría sus violines de llanto,
y el mundo se apagaba de pura transparencia.


CANCIÓN DIALOGADA POR VOCES EN EL VIENTO
-Quiero el haz de tus gritos
apretados y juntos
para forjar con ellos
un pueblo de palabras,
una ciudad de voces
con campanas azules.

¿Sin que por ello tengas
que dejar los jirones
de tus nardos de cielo
rendidos de los dedos
oscuros de mis sombras?

-Entonces no comprendo
por qué has llegado a mí
sin una temblorosa
canción entre las manos.

¿Es que se han muerto todos
los pájaros del mundo,
y ni siquiera cantan
ahora las estrellas?

-Floreceré jardines
de músicas en ellas,
para que tú vendimies
ternuras de azucenas.

-Ya te he dicho mil veces
que no quiero palabras;
hay algo más en ellas...

-¿Quieres decir canciones?
¿Voces estremecidas?

-Yo pienso que son tales,
aún cuando ellas no tengan
ese temblor sublime
que es propio de las alas.

-¿Es que ignoras acaso
que hace tiempo que el canto
no se espiga en los labios
angustiados del mundo?

Todos los que cantaban
se hundieron en un negro
silencio sin estrellas,
sin árboles en donde
pudieran amarrar
las sombras de sus sueños.

-¿Quieres decir que han muerto;
que no existe quien pueda
humanizar de nuevo
los pesares del mundo?

-Es mejor que no digas
esas cosas tan alto.

Puede que nos las oigan
aquellos que no saben
de nuestro mar de llanto
derramado por todas
las mariposas muertas.

-Hay algo que ignoramos
que transmuta la forma
sensible de las cosas.

Quizás por ello sea
que en mi mente tus manos
se estremecen ahora,
lo mismo que la sombra
pequeña de los lirios
hundidos en el agua.

-¿Por qué dices tal cosa?
¿Cuándo no fue de lirios
la sombra de mis manos?


CANCIÓN DE LA NIÑA QUE QUERÍA SER SIRENA
Por los caminos del cielo
llegó la luna gritando
sus claridades nevadas
de caracoles y nardos.

En la guitarra del viento
la brisa con dedos finos
cantaba un canto de plata.

Con su sonrisa de arcángel
que no se come las uñas,
la niña dijo riendo
bajo el capricho de luna:

-Yo fui sirena una noche
de sombras de terciopelo.
Sobre mis muslos de nácar
podían brillar luceros.

Madréporas y corales
entre la noche marina
lloraban sus soledades
por las pupilas salobres
de los dorados delfines.

Dorsos de plata y de luna.
Arena de las estrellas.
¡Cristalerías de espumas
en un mundo en donde sueñan
los tulipanes de nieblas!

-Niña mía, de tus ojos
está muy lejos el mar.
Quizás tú fuiste lucero;
pero sirena, jamás.

-Un palomar de tritones
yo vi en el fondo al pasar.
¿Por qué tú niegas que he sido
una sirena del mar?

Si negros son mis cabellos,
teñidos han sido allá
con tinta de calamar
y sombras de noche muerta;
si no son claros mis ojos
es por el llanto quizás:
que la pena es también negra
hasta en el fondo del mar.

-Nina mía es que en tus labios
no está el sabor de sal.

Quizás tú fuiste una estrella;
pero sirena, jamás.


CANCIÓN DE LA NIÑA QUE IBA SOLA
Sonó lenta y sin alarde
la ronca voz de una torre.

Por el camino sin nadie
venía un perfume de cobre;
por el camino sin nadie
de la tarde.

- ¡Oh, linda, te lo diré
ahora que estamos solos;
un redondo mar sin peces
son tus ojos!

-La tarde borda jacintos
de tafetán sobre el cielo.

-¡Si quieres uno, yo puedo
sobre tus trenzas ponerlo!

-No, déjame sin jacintos
lucir así mis cabellos.

-¿Flotando sueltos al viento
como las alas de un cuervo?

-O de un retazo de noche
caído desde los cielos.

-¡Oh, linda, linda, no puedo
con la sombra de tu pelo!

Suena lenta y sin alarde
la ronca voz de una tarde.

Por el camino sin nadie
vino un perfume salobre;
por el camino sin nadie
de la tarde.


FÁBULA INE FABLE DE LA NIÑA LOCA
Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor
me duelen demasiado los ojos en el agua
desde que tengo abierta esta herida en el viento.

Una vez me sembraron el alma de recuerdos
y crecí como un árbol en la noche del tiempo,
en donde está cayendo
como una sola gota, para siempre, el silencio.

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

Aquella dulce niña, que, como yo, tenía
dos blancas manos locas tendidas a la luna,
daba pena mirarla;
porque sólo decía que la luna había vuelto
sus manos mariposas:
mariposas de sueños que volando se iban
por el cielo remoto de las lunas difuntas.

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

Me basta con mi ancho corazón
de voces,
mis caminos de humos enterrados,
mis campanas de nieblas doblando entre las sombras
me basta con mis ojos sonámbulos que miran
como crece de trinos la bondad de mis manos.

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

-Lo comprendo; es posible: tú lloras porque piensas
que yo no estoy presente;
supones que me he ido hacia los lirios rotos
heridos por el aire,
hacia el mundo de hojas que desangra la noche;
supones que me he ido -toda desvanecida-
hacia el cielo sin lumbre en que devoran albas
tardías los gusanos.

Yo estoy ausente, sí:
ausente de la carne
sin ensueños ni sangre de tus huecas palabras,
más allá de tu muerta nominación de cosas.

Yo estoy ausente, sí,
de tu forma distinta de pronunciar alondra,
sepultada en un pecho nublado por el llanto.

-Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

Ahora que dolencias de sombras angustiadas
ascienden por el agua desnuda de mis ojos
y mi herida no sangra en la carne del viento;
ahora que estoy hecha de cosas enterradas
y estoy henchida toda
de estrellas como un río,
no dejes que se vayan mis manos por el alba;
no dejes que se vayan:
Tengo miedo de un ángel oscuro que las llama.

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.


TEORÍA DE LA VISIÓN PROFUNDA
Las palabras son anclas
clavadas en el suelo,
pájaros mutilados
que tienen un viajero
corazón de nube;
pero así como el nardo
tiene llena por dentro
su vida de una oculta
claridad madrugada,
así las demás cosas
también puede que tengan
sus vidas de una misma
manera amanecidas.

No es posible una carne
sin sueños ni palabras,
sin angustia de voces,
sin corazón de lumbre
ni párpados de llanto.

Todo tiene, sin dudas,
que tener otra vida
por dentro de la cual
-y estremecida toda-
debe haber algún cielo
herido de canciones.

Es lógico pensar
que a espaldas de la luz
clara de las estrellas
ningún hombre ha podido
vislumbrar su camino
en la noche profunda,
y es que olvidamos siempre
-inexplicablemente-
que la piedra es la infancia
remota del silencio,
y que el agua no es más
que el discurrir del tiempo.

Únicamente vemos
lo externo de las cosas;
jamás nos incluimos
para escuchar la simple
verdad que se nos muestra
desnuda desde el suelo.

Si la rosa miramos,
no vemos que la rosa
es solamente un trino
de pétalos clavados
sobre la vertical
resignación de un tallo.

Nuestra visión se queda
tan sólo en los colores,
sin ver jamás el verde
color de las pisadas
del viento que retoza
desnudo entre las hojas.


LOS CABALLOS DE SURO VIENEN POR EL VIENTO
Ya llegó la vendimia
de los frutos sin nombre,
en donde en cada germen
que oculta la simiente
hay un hálito macho
gozando una doncella;
yo la vi desde el árbol
donde el viento -nodriza
de los retoños nuevos-
mece la dulce cuna
de las ramas más altas
y ha llegado tan sólo
porque el rosal crecido
tiene todas sus manos
llenas de voces blancas.

- ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!

-Un paso más, y ahora
descolgarás la luna
sin que nadie nos diga
que es una voz distante,
una gardenia muerta,
o una canción redonda
clavada sobre el cielo.

- ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!

-Únicamente aquellos
que todavía no saben
que la tierra es muy grande
y sólo de unos pocos,
únicamente estos
no abrirán su piedad
a la mirada triste
de los niños sin pan
y los perros sin dueño.

- ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!

-No le digas a nadie
que los pinos son hechos
con el canto crecido
de los pájaros muertos;
no le digas a nadie
que la tarde te hastía
con su mirada enorme
de bestia fatigada.

La humanidad se cansa
de la desdicha ajena,
del llanto que no brota
del fondo de sus ojos.

- ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
y está lloviendo siempre
- ¡siempre! -
una lluvia de cielo
por la noche del aire.


ESTRELLA MATUTINA
Gota de luz celeste que destila
desde su propia eternidad cerrada;
espiga de la gracia germinada
en la mano del ángel que vigila.

Sola, serena, y por demás tranquila
derrumba su existir con la alborada
¡Saeta de la noche vulnerada!
¡Redonda voz de una lejana esquila!

Pastora que apacienta en altos prados
donde de claridades nacen rosas
de solitarios pétalos nevados.

¿Qué enamorado serafín te cuida
a la orilla del aire en que reposas
lo mismo que una lámpara encendida?


HUMILDE MAYO
Mayo trajo la flor, la milagrosa
palabra vegetal que arrulla el viento.
Mayo pobló su propio firmamento
con la sola presencia de una rosa.

Yo la miré ascender tan jubilosa
a su pequeño, débil monumento,
que fue como si viera el nacimiento
de una terrestre aurora luminosa.

Era su viva lumbre madrugada
una encendida hoguera encarcelada
en el cielo cerrado de su esfera.

Única roja rosa amanecida.
Rosa de una estación empobrecida.
¡Sólo con ella fue la primavera!


ESTE TACTO
"Con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido".


Este tacto solícito que abruma;
este vivir más hondo en los sentidos,
va descubriendo cielos escondidos;
nuevos mares ocultos en la espuma.

Ignorados espacios por la pluma
de misteriosos pájaros caídos,
mundos de claridades suspendidos
tras la pequeña noche de la bruma.

Nada perdura inédito al contacto
de este absorto mirar inquisitivo
de las pupilas íntimas del tacto.

Así de mi interior huyen las nieblas;
porque si ciego para el mundo vivo,
lleno de luz estoy en mis tinieblas.


VIVA MUERTE
Huésped del cuerpo humano que me cierra
en mortales mortajas hospedado,
transito con mi ser resucitado
como una viva muerte por la tierra.

Y cuanto miro en torno es una guerra
suscitada en un tiempo limitado,
por donde va cayendo derramado
el instante de vida que la encierra.

Sólo de muerte en muerte caminando,
sólo de vida en vida cada día
igual que una semilla germinando.

Va mi vivir hacia su cielo incierto;
llevando sin saber, en su agonía,
la muerte en vida, y con la vida, muerto.


EL CIELO DESTRUIDO
("¡Oh, cielo riguroso! ¡Oh, triste suerte!
¡Que tantas muertes das con una muerte!")


El cielo destruido porque llora
mi acongojado corazón humano,
no es el perenne cielo cotidiano
donde el rostro del tiempo se cobra.

El hondo cielo que mi ser añora
por ser de íntimo sol su meridiano,
ese cielo cayó desde mi mano
hacia una eterna noche sin aurora.

Nada queda de él. Sólo el recuerdo
a mitad del camino en que me pierdo
alza el hueco fantasma de su nombre.

Cielo del ser mejor en su mañana.
¡A cambio del sabor de una manzana
perdido para siempre por el hombre!


A LA SANGRE
Agua de soledad, agua sin ruido,
desatado cristal de pura fuente;
agua que va cayendo interiormente
en mi cielo más hondo y escondido.

¿Qué misterioso viento sumergido,
tu natural hechura de torrente
transfigura ideal y simplemente
en un rojo clavel enardecido?

Hay un íntimo dios que te construye.
El mismo dios que lento de ti fluye
por los labios abiertos de la herida.

Vivo clavel humano que perdura
sujeto por la leve arquitectura
de la fugaz estatua de la vida.


AMOR
("Quien a las llamas del amor no muere")
Es el amor en todas las edades
del ser que valeroso lo frecuenta,
una oscura semilla que fermenta
en etapas de calma y tempestades.

Más dado a lo irreal que a realidades
del suelo material donde se asienta,
va como oveja dulce que apacienta
en prados de celestes claridades.

Arquitecto del cielo que idealiza:
arde desde la lava a la ceniza
de sus propios volcanes desatados.

Hasta que por el fuego que lo inflama,
es consumido por la misma llama,
"en soledad de dos acompañados".


EL MENSAJE
("Que del arte ostentando los primores")
Allí en donde el ángel nos revela
su celeste palabra iluminada;
allí mi alma atenta se desvela sola
de madrugada a madrugada.

Por esta voz eterna que ella anhela
verla en carne de estatua edificada,
hay una fría caricia que la hiela
y un fuego que la enciende en llamarada.

No da el ángel su voz, porque la tira
desde aquel alto desolado clima
de la noche cerrada en que delira.

Hay que bajar del cielo a lo más hondo
de la insondable entraña de la sima,
para alcanzar su voz que está en eL fondo.


SONETO A LA MUERTE
("Bella ilusión, por la que alegre muero")
Llueve tu soledad de noche oscura,
de eslabones de sangre desatados,
y una más alta claridad fulgura
debajo de los párpados cerrados.

Todo fuera de ti se hace negrura,
amasijo de lienzos apretados,
donde no es necesario ni perdura
el aire de los cielos libertados.

La luz que irrumpe súbita en la sombra
de nuestra humana oscuridad terrena,
como un destello lívido que asombra;

esa lograda claridad postrera
llena de eternidad y de ti llena:
es la única lumbre verdadera.


ELOGIO A LA PALMA
Largo dedo vertical extendido,
para el nupcial anillo de boda de los hongos,
o a lo mejor un dedo, y nada más que un dedo,
para rasguear las invisibles cuerdas
de la eterna guitarra que yace esculpida
en el fondo del alma solitaria
de todas las llanuras.

¡Palma! Palma real:

Corporeizado grito de la selva
en un franco delirio de vegetal altura,
contigo se realiza, el logro de un destino
botánico que empieza,
con la humilde labor de una semilla,
de una voz decidida en trepar hacia arriba
cada vez mas y más,
en procura de una excelsa vecindad
de pájaros y estrellas.

¡Palma! Palma real:

Bohío presentido,
simple hogar en potencia
para el sueño de aquellos desdichados que saben
de los muchos puñales que blande la intemperie,
cuando la noche llega sigilosa
arrastrando sus negras vestiduras.

¡Palma! Palma real:

Compendio generoso de los cuatro principios
de la vida aborigen:
abrigo y alimento, ornamento y paisaje.

En tu ejemplar ascenso hacia los altos cielos
se descubre que eres, toda una voluntad
unitaria de raíces que sueñan,
de raíces que suben por encima
de la talla común
del matorral apático y gregario.

¡Palma! Palma real:

Perenne voz crecida en verde llamarada,
asta de la sabana donde ata la aurora
su bandera de cielo,
pendón donde amanece toda hecha de trinos
la luz de la mañana.

¡Palma! Palma real:

Empinado sitial de golondrinas,
pedestal de los pájaros más altos,
balcón para cansadas mariposas errantes,
o improvisado mástil para el sueño
de algún viajero corazón marino
de estas islas de fuego.

¡Palma! Palma real:

monumental espiga que despierta
maliciosas ideas en la mente
de las ingenuas vírgenes silvestres,
que absortas te contemplan desde lejos,
pensando que tú eres la columna pudenda
con que el agro realiza la intensiva faena
de sus fecundidades.

¡Palma! Palma real:

Verde pluma de fuente para escribirle cartas
de sombras a los ríos,
que a la distancia pasan perseguidos
por los rayos de un sol que sin cesar castiga
sus espaldas de agua.

¡Palma! Palma real:

Delicioso abanico para el sultán del viento,
que rechoncho sestea, muchas veces al día,
sobre la vieja hamaca del silencio.

¡Palma! Palma real:

En la desolación de la llanura,
o de la loma en donde
solitaria vigilas
el silencioso discurrir del tiempo,
eres, desde el inicio de la vida,
el musical poeta que recita,
en vivos versos hechos de palomas,
de garzas y de ciguas montaraces,
el más bello poema con que cuenta
todo el acervo lírico del valle.

¡Palma! Palma real:

¡Para ti la palabra de luz con que se abre
el mundo del fervor y del prodigio!

jueves, 6 de febrero de 2014

Poemario de Aida Cartagena Portalatin





Nació  el 18 de junio de 1918,en la ciudad de Moca, Republica Dominicana. Poeta narradora, historiadora y educadora. Cursó su elemental y secundaria en su pueblo natal. Luego se trasladó a la capital dominicana e ingresó a la Univer-sidad de Santo Domingo donde se doctoró en Humanidades. Realizó estudios de postgrado en Museo-grafía y Teoría de las Artes Plásticas en la Universidad Lowvre, de París.

Durante varios años fue profesora de Historia del Arte e Historia de la Civilización en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Dirigió los cua-dernos literarios Brigadas Domi-nicanas y la revista de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Trabajó como consejera de la UNESCO en París (1965) y formó parte del jurado del Premio de Casa de las Américas, en La Habana (1977).

Sus constantes viajes a Europa, América Latina y Africa enriquecieron considerablemente su obra literaria y sus investigaciones en el campo de la historia del arte. Militó en la agrupación La Poesía Sorprendida que reunía a los poetas más elitistas del país de los años 40 y 50. Fue una de las pocas escri-toras dominicanas de la primera mitad del siglo ** que logró levantar e imponer enérgicamente su voz en un medio literario predo-minantemente masculino.
 Poemas suyos como "Estación en la tierra", "Una mujer está sola" y "La casa" confirman la soledad y la rebeldía que caracteriza la mayor parte de sus textos y fortalecen, al mismo tiempo, el sentido social de una producción literaria que en su conjunto aboga por situar la mujer de su época en su justo espacio y dimensión. Su novela Escalera para Electra fue finalista del Premio Biblioteca Breve (Seix Barral) en 1969. Es la escritora dominicana más antologada y estudiada del siglo **. Murio en Santo Domingo el 3 de junio de 1994.




“Desvelados sentidos


Despiadadas lámparas encendieron los caminos
para que desvelados sentidos
estén viajando eterno.

La raíz de la noche da un albor de luna
y semillas de estrellas;
la mirada se anuda en las cosas
que se sorprenden debajo de las piedras.

La vida se desliza como ríos en curvas;
hay un remanso blanco donde cae la luna,
un descanso en un cielo que no alcanza nunca,
un abrazo en el filo del mar que labra el mundo!

Para saberte cerca,
quiero silencio de astros de las selvas rendidas,
para que el hilo de aire de los ojos del alma
valla hacia la inmensa montaña de tu vida

y se ahogue en la luz que se pierde en tu cima.”
Una Mujer está Sola

Una mujer está sola. Sola con su estatura.
Con los ojos abiertos. Con los brazos abiertos.
Con el corazón abierto como un silencio ancho.
Espera en la desesperada y desesperante noche
sin perder la esperanza.

Piensa que está en el bajel almirante
con la luz más triste de la creación
Ya izó velas y se dejó llevar por el viento del Norte
con la figura acelerada ante los ojos del amor.
Una mujer está sola. Sujetando con sus sueños sus sueños,
los sueños que le restan y todo el cielo de Antillas.


Seria y callada frente al mundo que es una piedra humana,
móvil, a la deriva, perdido el sentido
de la palabra propia, de su palabra inútil.

Una mujer está sola. Piensa que ahora todo es nada
y nadie dice nada de la fiesta o el luto
de la sangre que salta, de la sangre que corre,
de la sangre que gesta o muere en la muerte.
Nadie se adelanta ofreciéndole un traje
para vestir una voz que desnuda solloza deletreándose.
Una mujer está sola. Siente, y su verdad se ahoga
en pensamientos que traducen lo hermoso de la rosa,
de la estrella, del amor, del hombre y de Dios.


Víspera del Sueño

Tierra se hará silencio,
risa no harán los hombre para que me hagan eterna,
llanto no harán las piedras para que me hagan arena.
Mi sangre se ha herido y se parece al fuego,
abísmate en olvido, sueño alma tu sueño,
la luz es solo sombra,
es víspera del sueño.

Nieve se irá al cielo y vestirá la luna,
se talarán los bosques para que la desnuden.
sabrá a dulzura la raíz de la hierba.
Amor:
los ojos de la luz quemarán sus pestañas;
te soñaré a mi lado,
en víspera del sueño.

Mundos de pies cansados,
descansarán. La sed de los recuerdos
tendrá lluvia de olvido.
Mi lecho se hará muelle sobre los cardos agrios;
soñaré con espigas,
es víspera del sueño.

Bocas querrán hablar
y no tendrán palabras.
Las piedras tendrán lenguas,
la arruga de la arena será tapiz de algas;
los mares serán mármoles;
soñaré en sus costales,
en vísperas del sueño.

El Tiempo
desde el cuerpo del Sol
con temblor de ceniza
ha reído a los hombres.
Cielos, mares, tierras.
Nacer, vivir y morir.
Los astros tienen sueño,
soñaré con los astros:
es víspera del sueño.


De la Ausencia Tuya

Ausencia tuya nunca ha estado sola:
tu recuerdo es el pasaporte de mis viajes.

si tu ausencia fuera la ausencia de los otros,
y te presintiera como estrella lejana, vacilante,
entonces, no sería tu ausencia la ausencia,
sería el dolor de la muerte.

Tu palabra fué más que una palabra
y te hice ídolo en mi templo en llamas,
donde estaremos hasta siempre... la muerte!

Si tu ausencia no se hubiera eternizado,
como una luz o una sombra,
yo no estaría ausente.
En un continuo viaje iría hacia tí,
persiguiendo tu presencia.


miércoles, 5 de febrero de 2014

Artistas al volante: PLIEGUES

Artistas al volante: PLIEGUES: Pliegues en el ángulo más agudo de su cuerpo donde el perverso lanza las serpentinas del  poder. Desamparada  mujer en tinieblas ...

Poemario de Tony Raful




Tony Raful...














Nació en Santo Domingo el 28 de abril de 1951. Poeta, narrador, ensayista, periodista, animador cultural. Es Doctor en Derecho y Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, de la que actualmente es profesor.
Pertenece a la Generación de escritores del 1965. Desde finales de la década del 60 ha sido directivo de varios grupos de literatura, como el Movimiento Cultural Universitario (MCU).
Fue Director de la Biblioteca Nacional y Director Cultural de Radio Televisión Dominicana. Junto a Andrés L. Mateo y Pedro Peix produjo el programa Peña de Tres, uno de los más importantes programas radiales de divulgación cultural producidos en la República Dominicana. Ha sido congresista en tres ocasiones. Es columnista del periódico Última Hora. En 2002 es Secretario de Estado de Cultura.

Aparece en las antologías Meridiano 70 (Cuba, 1976) Poesía de Postguerra (Santo Domingo, 1981), Poesía dominicana (París, 1978), Antología de la Literatura dominicana (Intec, 1985), Antología histórica de la poesía dominicana del siglo XX (Ediciones Alcance, New York 1995), Dos Siglos de Literatura Dominicana (colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional, 1996), Enciclopedia Dominicana (Antología de la poesía dominicana, 1997).

Parte de su obra ha sido traducida al francés e inglés. En 1995 se presentó en el Palacio de Bellas Artes un recital antológico de su poesía.

Conversacion en America

América parece un pájaro dócil, entrañable, íntimo,
un espejo de frutas, un sol de distancias,
una memoria bolivariana
o una andanada de guerrilleros masturbándose en la alborada.
Y sin embargo América es el canto general fusilado
muchachos que huyen por los túneles precipitados de la muerte
Chile recién-parida y asesinada
pájaros cobardes volando tan alto que humillan al amanecer.

América está llena de ángeles muertos
y castillos edificados en la noche
de otoños insignificantes
clausurando constelaciones de latidos, Neruda por ejemplo.

América es bastante difícil para ponerla en fuga
miles de gargantas despertando de una vida para entregar en otra
muchachas volviéndose ríos para copular entre peñascos.

América es el fuego templado de nuestros sueños
el paraíso de los justos que vendrán
las manos populares, la luz, la soberbia,
ya Retamar dijo que "ni usted ni yo creemos
en esa pampa inmensa que es el cielo"
creemos en el rosario de los besos,
en la vergüenza del sollozo, en las enciclopedias,
en el ruido de los niños.

Conversando con usted, poeta,
las palabras sobreviven al silencio,
se vuelven criaturas precoces, astros íntimos,
preservativos de los gritos,
poemas.



Las palomas danzan en la lluvia de Bido

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 Las palomas danzan en la lluvia de Bidó

Las palomas ascienden,
invaden la llama del atardecer
toda la ciudad cabe en el aliento
donde las palomas vuelan
entre tus manos.

La ciudad llega en el instante
que te amo,
es un destello de alas,
encaje tierno de miradas,
como en el sueño
las palomas danzan
en la lluvia de Bidó.

Yo me encandilo en tus ojos
o en tus alas,
antiquísimo es el mar,
hechizo violeta o lapislázuli,
bóveda de susurros,
tejido blando
donde el obelisco es un navío de palomas,
los amantes atinan
envoltura de un pájaro
que será cintura y carnaval,
recinto de muchedumbres
que amaron la luz
y defendieron la heredad frente al mar.

Las palomas se ciñen al cielo
y yo busco tu vecindad,
tu tibio cuerpo,
tu dulce rostro querido,
locura del deseo,
plenitud de espacios
donde el Maestro
salva la ciudad de cristales y albas,
palomas lilas, blancas, ígneas,
que humedecen el corazón,

esa savia invencible de mi amor.

Ante una mujer desnuda

Sorprendí la luz en la colmena del alba,
alta cima que arde como esplendente llama,
acecho dulce del cuerpo que fosforece,
feroz cimitarra donde entigrecemos,
velluda armadura donde la eternidad nos destierra,

empeño de abismo donde se amurallan los sentidos,
claustro del semblante y del milenio dulce,
convulsiona la alondra bajo el fuego del gemido
y es hondura más sonora que el instante
donde la aurora del alma aflora.

Embiste el imán su secuencia ciega,
y la rosa reanuda su mudanza a la deriva,
una estrella de mar se hospeda en el vino
y la cabecea en la desnudez su fugaz hermosura,

nos embosca el fósforo ceniciento,
la grávida ensenada del vigía alucinado,
es omniluciente el volumen de los pechos y la loca pisada
donde el amor es un tunel fresco,
un oficio indecible que es escándalo y degüello.

Todas mis locuras caben en tu recinto
y es tu cuerpo desnudo la plenitud perdida
del milagro la ocasión festiva,
del volcán furioso y erguido que sólo por ti
se alza y se derriba
y vuélvese acero y quejido
para el desquite de su orgullo herido.


Homenaje

Te equivocaste viejo bardo.
Hay un país en el mundo
donde los campesinos sí tienen tierra
y llevan cantando (aleluya)
sus franjas propietarias.

Siete pies de profundidad
y cuatro de longitud

han sido siempre suficientes.

Duarte

Duarte es una travesía de polvo y espadas
un juramento de nubes demorando la partida de la tarde
una medalla de luz condecorando la tierra.

También el hijo de un gallego estampando su amor con el nuestro
una súplica de tormentas
la patria vertical de los puños
el sueño juvenil de los alborotados.

Duarte es un desterrado que se convirtió en paisaje
una montaña que dialogó con los cielos
una constitución de libres que nadie cumple.

Duarte es una avenida tumultuosa de gentes que lo ignoran
y que venden y compran y se aman y se mueren bajo su nombre.


Canto a la paz del mundo

Donde habita el odio con su mar enardecido
y sus oídos orgullosos alguna vez habitó el amor
con sus espigas acompañadas aún del viento
postulando minúsculas ternuras
designios de sencillez
bajo un centinela azul embriagado de grandezas.

Esferas luminosas llenas de cascabeles
anunciaban el asedio de la luz
el mundo se vestía de claveles
la virilidad del Sol era un clarín a mediodía
relumbrante fuego en la tierra corpulenta
ensueños de ríos
donde navegaba el otoño recién-parido de hojas
sirena de besos en la jaula dulce del arcoiris
donde un millar de amapolas rojas
excitaban la proeza de los bosques
en la partida inútil de los pájaros.

El odio llegó luego sin equivocarse de camino
recibió su bautizo en las cavernas
Adán buscaba la palabra
y el mundo era la paz de las raíces.

Inasible la rosa del sueño porque el sueño era la vida.
Era lenta la procesión de la muerte.
Mudo está el mar
y ya no despide al viento con sus olas imprecisas
en alguna parte están interceptando la esperanza
impaciente recurso
que se gesta en los abiertos ojos de la noche
en cuya hondura infinita
descansa la grandeza del recuerdo.

Sobre la emoción de mi pecho
se agita un velero de pasiones
confidencias de luz en el agotamiento de la jornada
latidos profundos en los abismos de la derrota
gaviotas errantes hospedadas en un cielo
distante de palmas y navíos.

Es necesario huir de la curva inmensa del olvido
retornar al mar
que agoniza con una emanación de espumas marchitas.
Demasiado puntual es la guerra
y la pesadumbre del odio
demasiado peso asfixia el viejo corazón de los héroes de bronce
que a fin de cuentas
no han compartido con nadie sus espionajes de glorias.

La paz es un naufragio de raíces
sobre el vigilado remolino de los mares.
Una dádiva de Dios
que recorre arrogante las manos del mundo
que no se detiene
que alguna vez se deja caer en el inútil amanecer de los cantos
donde se inventan las cabezas erguidas
los cerrojos
las fronteras
los orgullos nacionales
los llantos
la urgente fuerza del odio
irremediable instinto
que no nos libra del idioma adolorido de la muerte.

La paz es un espectro de la luz

que consume nuestros sueños.

Cancion de luz

Un remanso de palomas respirando en la plaza
se disputa los aciertos de tu cuerpo
el acontecimiento tierno de tus formas
la luz escurridiza de tus ojos acariciados por el verano
mientras una paz de ancianos va perdiéndose en el tumulto
en la algarabía cotidiana de autobuses y pasajeros.

Tú eres la compañera
la puerta de mis gritos abriéndose en el viento
un sueño de ángeles comunicándome con los cielos
una probabilidad del llanto y la nostalgia
un recodo del amor en la soledad de los hombres.

No todo es polvo en el corazón de la ciudad
hay pájaros donde no llegan los edificios
y dioses pequeños que van perdiendo sus magias
abandonados en el tiempo por los buitres del miedo.

Tú eres la compañera
una flor en el asfalto y el hormigón
un testigo del sol besando los flecos verdes de los árboles
de los amantes en los pasillos de la noche
y de la esperanza desprendiéndose con su olor de frutas en el alba.

Mujer de labios carnívoros y antillanos
honda raíz de la descendencia
martillo racial
absorta piel en un horizonte de blancos
tú eres la compañera
la agonía y el silencio útil de los juegos nocturnos.
El mar parece un misterio en una ciudad sin puertos
un suscrito tratado de respeto con la tierra
para no asaltarla con el insomnio de sus aguas.

Y todo esto más todo aquello
para decir que tú eres la compañera
que estamos lejos
que somos un remordimiento de recuerdos
y que esta ciudad enorme es apenas un afiche
 del Cordobés o Sofía Loren
y no la isla aquella de fuego

que nos aflige y nos despierta por las mañanas

Compaña

Si hay un roce de besos bajo el mar,
                  una ternura latente en la mirada,
la miel fugaz de los sueños,
                  la cita de las aguas y su vastedad sin límites,
si recuerdo el diminuto espacio de tu corazón,
                  el torso reluciente,
esa niebla indecisa que copia el cielo sobre tu frente
                  y te digo nenúfar, florecilla sostenida,
no acaba nunca de multiplicarse la espuma,
                  la plata viva,
las dos magias redondas de tu pecho.


Si hay una esfera cristalina
                  creando en mi boca tu nombre,
si raptas conmigo mariposas y ángeles,
                  si te vuelves sirena húmeda
                  en un largo suspiro de algas y calamares,

si tienes un manto sutil
                  en el agua dulce que bendice tu cuerpo,
si toda la ciudad vaticinas
                  y eres un destello en la mañana,
si tu pelo es memoria de mis manos,
                  si eres una paz que me desborda,

un sosegado amor que se subleva,
                  un cielo ostentoso que yace en el camino
y mido dulcemente tu derrumbe,
                  tu océano vencido,
si eres la voz suave,
                  la catarata que copula,
¡los ojos grandes y limpios de mi destino!


La calle, El Conde

Como cálido soplo que cruza las ramas de los árboles
y se interna veloz entre vidrieras y adoquines.
Como muchachas hermosísimas
que tienen los ojos de miel y almendros
con la piel tan próxima y suave.
Como poetas y bohemios
apostando al mar y a la nostalgia.

Como dilectantes que arreglan el mundo
a las cinco de la tarde, todos los días.
Como recinto letal
donde alguien ve morir ilusiones y deseos.
Como oferta y despojo
como alacrán y hormiga.
Como vuelo tibio de una llama
en que la patria se convirtió en calle,
en paisaje de alondra y llanto.

Como pisadas que se vuelven danzas,
rituales de amores paralelos,
blandos instantes, lloviznas,
honduras fugaces donde se citan los amantes.
Como farsa y asombro,
como corredor de tunantes,
lienzos de la rosa y el lobo,
ladrillos donde alguien confiesa con grafitti
su naufragio, su éxtasis,
su díscola mudanza de amor.

Oh calle El Conde,
como tú, embeleso y fortuna,
celaje de feroz dulzura,
como cielo y luna,
como nupcias del alma,
como duende de violeta grávida,
se gestó esta canción,
que en tu voz
navega la ciudad

martes, 4 de febrero de 2014

Poemario del poeta español,Miguel Hernandez








































    A mi gran Josefina adorada


      Tus cartas son un vino
      Que me trastorna y son
      El único alimento para mi corazón.
      Desde que estoy ausente
      No sé sino soñar,
      Igual que el mar tu cuerpo,
      Amargo igual que el mar.
      Tus cartas apaciento
      Metido en un rincón
      Y por redil y hierba
      Les doy mi corazón.
      Aunque bajo la tierra
      Mi amante cuerpo esté,
      Escríbeme, paloma,
      Que yo te escribiré.
      Cuando me falte sangre
      Con zumo de clavel,
      Y encima de mis huesos
      De amor cuando papel.


    Aceituneros
      Andaluces de Jaén,
      Aceituneros altivos,
      Decidme en el alma: ¿quién,
      Quién levantó los olivos?
      No los levantó la nada,
      Ni el dinero, ni el señor,
      Sino la tierra callada,
      El trabajo y el sudor.
      Unidos al agua pura
      Y a los planetas unidos,
      Los tres dieron la hermosura
      De los troncos retorcidos.
      Levántate, olivo cano,
      Dijeron al pie del viento.
      Y el olivo alzó una mano
      Poderosa de cimiento.
      Andaluces de Jaén,
      Aceituneros altivos,
      Decidme en el alma: ¿quién
      Amamantó los olivos?
      Vuestra sangre, vuestra vida,
      No la del explotador
      Que se enriqueció en la herida
      Generosa del sudor.
      No la del terrateniente
      Que os sepultó en la pobreza,
      Que os pisoteó la frente,
      Que os redujo la cabeza.
      Árboles que vuestro afán
      Consagró al centro del día
      Eran principio de un pan
      Que sólo el otro comía.
      ¡Cuántos siglos de aceituna,
      Los pies y las manos presos,
      Sol a sol y luna a luna,
      Pesan sobre vuestros huesos!
      Andaluces de Jaén,
      Aceituneros altivos,
      Decidme en el alma: ¿de quién,
      De quién son estos olivos?
      Jaén, levántate brava
      Sobre tus piedras lunares,
      No vayas a ser esclava
      Con todos tus olivares.
      Dentro de la claridad
      Del aceite y sus aromas,
      Indican tu libertad
      La libertad de tus lomas.


    Ante la vida, sereno
      Ante la vida, sereno
      Y ante la muerte, mayor;
      Si me matan, bueno:
      Si vivo, mejor.
      No soy la flor del centeno
      Que tiembla al viento menor.
      Si me matan bueno:
      Si vivo, mejor.
      Aquí estoy, vivo y moreno,
      De mi estirpe defensor.
      Si me matan, bueno:
      Si vivo, mejor.
      Ni al relámpago ni al trueno
      Puedo tenerles temor.
      Si me matan, bueno:
      Si vivo, mejor.
      Traidores me echan veneno
      Y yo les echo valor.
      Si me matan, bueno:
      Si vivo, mejor.
      El corazón traigo lleno
      De un alegre resplandor.
      Si me matan, bueno:
      Si vivo, mejor.


    Tu ascensión
        Coronada la escoba de laurel, mirto, rosa,
        Es el héroe entre aquellos que afrontan la basura.
        Para librar del polvo sin vuelo cada cosa
        Bajó, porque era palma y azul, desde la altura.
        Su ardor de espada joven y alegre no reposa.
        Delgada de ansiedad, pureza, sol, bravura,
        Azucena que barre sobre la misma fosa,
        Es cada vez más alta, más cálida, más pura.
        ¡Nunca! La escoba nunca será crucificada
        Porque la juventud propaga su esqueleto
        Que es una sola flauta, muda, pero sonora.
        Es una sola lengua, sublime y acordada.
        Y ante su aliento raudo se ausenta el polvo quieto,
        Y asciende una palmera, columna hacia la aurora.


      Besarse
        Besarse, mujer,
        Al sol, es besarnos
        En toda la vida.
        Ascienden los labios
        Eléctricamente
        Vibrantes los rayos,
        Con todo el fulgor
        De un sol entre cuatro.
        Besarse a la luna,
        Mujer, es besarnos
        En toda la muerte.
        Descienden los labios
        Con toda la luna
        Pidiendo su ocaso,
        Gastada y helada
        Y en cuatro pedazos.


      Beso soy, sombra con sombra
        Beso soy, sombra con sombra.
        Beso, dolor con dolor,
        Por haberme enamorado.
        Corazón sin corazón,
        De las cosas, del aliento
        Sin sombra de la creación.
        Sed con agua en la distancia,
        Pero sed alrededor.
        Corazón en una copa
        Donde me la bebo yo
        Y no se lo bebe nadie,
        Nadie sabe su sabor.
        Odio, vida: ¡cuánto odio
        Sólo por amor!
        No es posible acariciarte
        Con las manos que me dio
        El fuego de más deseo,
        El ansia de más ardor.
        Varias alas, varios vuelos
        Abaten en ellas hoy
        Hierros que cercan las venas
        Y las muerden con rencor.
        Por amor, vida, abatido,
        Pájaro sin remisión.
        Sólo por amor odiado,
        Sólo por amor.
        Amor, tu bóveda arriba
        Y yo abajo siempre, amor,
        Sin otra luz que estas ansias,
        Sin otra iluminación.
        Mírame aquí encadenado,
        Escupido, sin calor
        A los pies de la tiniebla
        Más súbita, más feroz,
        Comiendo pan y cuchillo
        Como buen trabajador
        Y a veces cuchillo solo,
        Sólo por amor.
        Todo lo que significa
        Golondrinas, ascensión,
        Claridad, anchura, aire,
        Decidido espacio, sol,
        Horizonte aleteante,
        Sepultado en un rincón.
        Espesura, mar, desierto,
        Sangre, monte rodador,
        Libertades de mi alma
        Clamorosas de pasión,
        Desfilando por mi cuerpo,
        Donde no se quedan, no,
        Pero donde se despliegan,
        Sólo por amor.
        Porque dentro de la triste
        Guirnalda del eslabón,
        Del sabor a carcelero
        Constante y a paredón,
        Y a precipicio en acecho,
        Alto, alegre, libre soy.
        Alto, alegre, libre, libre.
        Sólo por amor.
        No, no hay cárcel para el hombre.
        No podrán atarme, no.
        Este mundo de cadenas
        Me es pequeño y exterior.
        ¿Quién encierra una sonrisa?
        ¿Quién amuralla una voz?
        A lo lejos tú, más sola
        Que la muerte, la una y yo.
        A lo lejos tú, sintiendo
        En tus brazos mi prisión,
        En tus brazos donde late
        La libertad de los dos.
        Libre soy, siénteme libre.
        Sólo por amor.


      Canción última
        Pintada, no vacía:
        Pintada está mi casa
        Del color de las grandes
        Pasiones y desgracias.
        Regresará del llanto
        Adonde fue llevada
        Con su desierta mesa,
        Con su ruinosa cama.
        Florecerán los besos
        Sobre las almohadas.
        Y en torno de los cuerpos
        Elevará la sábana
        Su intensa enredadera
        Nocturna, perfumada.
        El odio se amortigua
        Detrás de la ventana.
        Será la garra suave.
        Dejadme la esperanza.


      Casida del sediento
        Arena del desierto
        Soy, desierto de sed.
        Oasis es tu boca
        Donde no he de beber.
        Boca: oasis abierto
        A todas las arenas del desierto.
        Húmedo punto en medio
        De un mundo abrasador
        El de tu cuerpo, el tuyo,
        Que nunca es de los dos.
        Cuerpo: pozo cerrado
        A quien la sed y el sol han calcinado.


      Cerca del agua
        Cerca del agua te quiero llevar
        Porque tu arrullo trascienda del mar.
        Cerca del agua te quiero tener
        Porque te aliente su vívido ser.
        Cerca del agua te quiero sentir
        Porque la espuma te enseñe a reír.
        Cerca del agua te quiero, mujer,
        Ver, abarcar, fecundar, conocer.
        Cerca del agua perdida del mar
        Que no se puede perder ni encontrar.


      Como el toro, he nacido para el luto
        Como el toro, he nacido para el luto
        Y el dolor, como el toro estoy marcado
        Por un hierro infernal en el costado
        Y por varón en la ingle con un fruto.
        Como el toro lo encuentra diminuto
        Todo mi corazón desmesurado,
        Y del rostro del beso enamorado,
        Como el toro a tu amor se lo disputo.
        Como el toro me crezco en el castigo,
        La lengua en corazón tengo bañada
        Y llevo al cuello un vendaval sonoro.
        Como el toro te sigo y te persigo,
        Y dejas mi deseo en una espada,
        Como el toro burlado, como el toro.


      Desde que el alba quiso
        Desde que el alba quiso ser alba, toda eres
        Madre. Quiso la luna profundamente llena.
        En tu dolor lunar he visto dos mujeres,
        Y un removido abismo bajo una luz serena.
        ¡Qué olor a madreselva desgarrada y hendida!
        ¡Qué exaltación de labios y honduras generosas!
        Bajo las huecas ropas aleteó la vida,
        Y sintieron vivas bruscamente las cosas.
        Eres más clara. Eres más tierna. Eres más suave.
        Ardes y te consumes con más recogimiento.
        El nuevo amor te inspira la levedad del ave
        Y ocupa los caminos pausados de tu aliento.
        Ríe, porque eres madre con luna. Así lo expresa
        Tu palidez rendida de recorrer lo rojo;
        Y ese cerezo exhausto que en tu corazón pesa,
        Y el ascua repentina que te agiganta el ojo.
        Ríe, que todo ríe: que todo es madre leve.
        Profundidad del mundo sobre el que te has quedado
        Sumiéndote y ahondándote mientras la luna mueve,
        Igual que tú, su hermosa cabeza hacia otro lado.
        Nunca tan parecida tu frente al primer cielo.
        Todo lo abres, todo lo alegras, madre, aurora.
        Vienen rodando el hijo y el sol. Arcos de anhelo
        Te impulsan. Eres madre. Sonríe. Ríe. Llora.


      Dime
        Dime desde allá abajo
        La palabra te quiero.
        ¿Hablas bajo la tierra?
        Hablo con el silencio.
        ¿Quieres bajo la tierra?
        Bajo la tierra quiero
        Porque hacia donde corras
        Quiere correr mi cuerpo.
        Ardo desde allí abajo
        Y alumbro tus recuerdos.


      El amor ascendía
        El amor ascendía entre nosotros
        Como la luna entre las dos palmeras
        Que nunca se abrazaron.
        El íntimo rumor de los dos cuerpos
        Hacia el arrullo un oleaje trajo,
        Pero la ronca voz fue atenazada.
        Fueron pétreos los labios.
        El ansia de ceñir movió la carne,
        Esclareció los huesos inflamados,
        Pero los brazos al querer tenderse
        Murieron en los brazos.
        Pasó el amor, la luna, entre nosotros
        Y devoró los cuerpos solitarios.
        Y somos dos fantasmas que se buscan
        Y se encuentran lejanos.


      El herido I
        Para el muro de un hospital de sangre
        Por los campos luchados se extienden los heridos.
        Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
        Salta un trigal de chorros calientes, extendidos
        En roncos surtidores.
        La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
        Y las heridas sueñan, igual que caracolas,
        Cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
        Esencia de las olas.
        La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
        La bodega del mar, del vino bravo, estalla
        Allí donde el herido palpitante se anega,
        Y florece y se halla.
        Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
        La que contengo es poca para el gran cometido
        De sangre que quisiera perder por las heridas.
        Decid quién no fue herido.
        Mi vida es una herida de juventud dichosa.
        ¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente
        Herido por la vida, ni en la vida reposa
        Herido alegremente!
        Si hasta a los hospitales se va con alegría,
        Se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
        De adelfos florecidos ante la cirugía
        De ensangrentadas puertas.

      El herido II
        Para la libertad sangro, lucho, pervivo,
        Para la libertad, mis ojos y mis manos,
        Como un árbol carnal, generoso y cautivo,
        Doy a los cirujanos.
        Para la libertad siento más corazones
        Que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
        Y entro en los hospitales, y entro en los algodones
        Como en las azucenas.
        Para la libertad me desprendo a balazos
        De los que han revolcado su estatua por el lodo.
        Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
        De mi casa, de todo.
        Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
        Ella pondrá dos piedras de futura mirada
        Y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
        En la carne talada.
        Retoñarán aladas de savia sin otoño
        Reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
        Porque soy como el árbol talado, que retoño
        Porque aún tengo la vida.


      El mundo es como aparece
        El mundo es como aparece
        Ante mis cinco sentidos,
        Y ante los tuyos que son
        Las orillas de los míos.
        El mundo de los demás
        No es el nuestro: no es el mismo.
        Lacho del agua que soy,
        Tú, los dos, somos el río
        Donde cuando más profundo
        Se ve más despacio y límpido.
        Imágenes de la vida:
        A la vez que recibimos,
        Nos reciben entregadas
        Más unidamente a un ritmo.
        Pero las cosas se forman
        Con nuestros propios delirios.
        El aire tiene el tamaño
        Del corazón que respiro
        Y el sol es como la luz
        Con que yo le desafío.
        Ciegos para los demás,
        Oscuros, siempre remisos,
        Miramos siempre hacia adentro,
        Vemos desde lo más íntimo.
        Trabajo y amor me cuesta
        Conmigo así, ver contigo;
        Aparecer, como el agua
        Con la arena, siempre unidos.
        Nadie me verá del todo
        Ni es nadie como lo miro.
        Somos algo más que vemos,
        Algo menos que inquirimos.
        Algún suceso de todos
        Pasa desapercibido.
        Nadie nos ha visto. A nadie
        Ciegos de ser, hemos visto.

        El niño yuntero

        Carne de yugo, ha nacido
        Más humillado que bello,
        Con el cuello perseguido
        Por el yugo para el cuello.
        Nace, como las herramientas,
        A los golpes destinado,
        De una tierra descontenta
        Y un insatisfecho arado.
        Entre estiércol puro y vivo
        De vacas, trae a la vida
        Un alma color de olivo
        Vieja ya y encallecida.
        Empieza a vivir, y empieza
        A morir de punta a punta
        Levantando la corteza
        De su madre con la yunta.
        Empieza a sentir, y siente
        La vida como una guerra,
        Y a dar fatigosamente
        En los huesos de la tierra.
        Contar sus años no sabe,
        Y ya sabe que el sudor
        Es una corona grave
        De sal para el labrador.
        Trabaja, y mientras trabaja
        Masculinamente serio,
        Se unge de lluvia y se alhaja
        De carne de cementerio.
        A fuerza de golpes, fuerte,
        Y a fuerza de sol, bruñido,
        Con una ambición de muerte
        Despedaza un pan reñido.
        Cada nuevo día es
        Más raíz, menos criatura,
        Que escucha bajo sus pies
        La voz de la sepultura.
        Y como raíz se hunde
        En la tierra lentamente
        Para que la tierra inunde
        De paz y panes su frente.
        Me duele este niño hambriento
        Como una grandiosa espina,
        Y su vivir ceniciento
        Resuelve mi alma de encina.
        Le veo arar los rastrojos,
        Y devorar un mendrugo,
        Y declarar con los ojos
        Que por qué es carne de yugo.
        Me da su arado en el pecho,
        Y su vida en la garganta,
        Y sufro viendo el barbecho
        Tan grande bajo su planta.
        ¿Quién salvará a este chiquillo
        Menor que un grano de avena?
        ¿De dónde saldrá el martillo
        Verdugo de esta cadena?
        Que salga del corazón
        De los hombres jornaleros,
        Que antes de ser hombres
        Han sido niños yunteros.


      El soldado y la nieve
        Diciembre ha congelado su aliento de dos filos,
        Y lo resopla desde los cielos congelados,
        Como una llama seca desarrollada en hilos,
        Como una larga ruina que atraca a los soldados.
        Nieve donde el caballo que impone sus pisadas
        Es una soledad de galopante luto.
        Nieve de uñas cernidas, de garras derribadas,
        De celeste maldad, de desprecio absoluto.
        Muerde, tala, traspasa como un tremendo hachazo,
        Con un hacha de mármol encarnizado y leve.
        Desciende, se derrama con un deshecho abrazo
        De precipicios y alas, de soledad y nieve.
        Esta agresión que parte del centro del invierno,
        Hambre cruda, cansada de tener hambre y frío,
        Amenaza al desnudo con un rencor eterno,
        Blanco, mortal, hambriento, silencioso, sombrío.
        Quiere aplacar las fraguas, los odios, las hogueras,
        Quiere cegar los mares, sepultar los amores:
        Y va elevando lentas y diáfanas barreras,
        Estatuas silenciosas y vidrios agresores.
        Que se derrame a chorros el corazón de lana
        De tantos almacenes y talleres textiles,
        Para cubrir los cuerpos que queman la mañana
        Con la voz, la mirada, los pies y los fusiles.
        Ropa para los cuerpos que pueden ir desnudos,
        Que pueden ir vestidos de escarchas y de hielos:
        De piedra enjuta contra los picotazos rudos,
        Las mordeduras pálidas y los pálidos vuelos.
        Ropa para los cuerpos que rechazan callados
        Los ataques más blancos con los huesos más rojos.
        Porque tienen el hueso solar estos soldados,
        Y porque son hogueras con pisadas, con ojos.
        La frialdad se abalanza, la muerte se deshoja,
        El clamor que no suena, pero que escucho, llueve
        Sobre la nieve blanca, la vida roja y roja
        Hace la nieve cálida, siembra fuego en la nieve.
        Tan decididamente son el cristal de roca
        Que sólo el fuego, sólo la llama cristaliza,
        Que atacan con el pómulo nevado, con la boca,
        Y vuelven cuanto atacan recuerdos de ceniza.

      El tren de los heridos
        Silencio que naufraga en el silencio
        De las bocas cerradas de la noche.
        No cesa de callar ni atravesado.
        Habla el lenguaje ahogado de los muertos.
        Silencio.
        Abre caminos de algodón profundo,
        Amordaza las ruedas, los relojes,
        Detén la voz del mar, de la paloma:
        Emociona la noche de los sueños.
        Silencio.
        El tren lluvioso de la sangre suelta,
        El frágil tren de los que se desangran,
        El silencioso, el doloroso, el pálido,
        El tren callado de los sufrimientos.
        Silencio.
        Tren de la palidez mortal que asciende:
        La palidez reviste las cabezas,
        El ay, la voz, el corazón, la tierra,
        El corazón de los que malhirieron.
        Silencio.
        Van derramando piernas, brazos, ojos,
        Van arrojando por el tren pedazos.
        Pasan dejando rastros de amargura,
        Otra vía láctea de estelares miembros.
        Silencio.
        Ronco tren desmayado, envejecido:
        Agoniza el carbón, suspira el humo
        Y maternal la máquina suspira,
        Avanza con un largo desaliento.
        Silencio.
        Detenerse quisiera bajo un túnel
        La larga madre, sollozar tendida.
        No hay estaciones donde detenerse,
        Si no es el hospital, si no es el pecho.
        Silencio.
        Para vivir, con un pedazo basta:
        En un rincón de carne cabe un hombre.
        Un dedo solo, un trozo sólo de ala
        Alza el vuelo total de todo un cuerpo.
        Silencio.
        Detened ese tren agonizante
        Que nunca acaba de cruzar la noche.
        Y se queda descalzo hasta el caballo,
        Y enarena los cascos y el aliento.

      Elegía
        Tengo ya el alma ronca y tengo ronco
        El gemido de música traidora.
        Arrímate a llorar conmigo a un tronco:
        Retírate conmigo al campo y llora
        A la sangrienta sombra de un granado
        Desgarrado de amor como tú ahora.
        Caen desde un cielo gris desconsolado,
        Caen ángeles cernidos para el trigo
        Sobre el invierno gris desocupado.
        Arrímate. Retírate conmigo:
        Vamos a celebrar nuestros dolores
        Junto al árbol del campo que te digo.
        Panadera de espigas y de flores,
        Panadera lilial de piel de era,
        Panadera de panes y de amores.
        No tienes ya en el mundo quién te quiera,
        Y ya tus desventuras y las mías
        No tienen compañera, compañera.
        Tórtola compañera de sus días,
        Que le dabas tus dedos cereales
        Y en su voz tu silencio entretenías.
        Buscando abejas va por los panales
        El silencio que ha muerto de repente
        En su lengua de abejas torrenciales.
        No espere ver tu párpado caliente
        Ni tu cara dulcísima y morena
        Bajo los dos solsticios de su frente.
        El moribundo rostro de tu pena
        Se hiela y desenguiza grado a grado
        Sin su labor de sol y de colmena.
        Como una buena fiebre iba a tu lado,
        Como un rayo dispuesto a ser herida,
        Como un lirio de olor precipitado.
        Y sólo queda ya de tanta vida
        Un cadáver de cera desmayada
        Y un silencio de abeja detenida.
        ¿Dónde tienes en esto la mirada
        Si no es descarriada por el suelo,
        Si no es por la mejilla trastornada?
        Novia sin novio, novia sin consuelo,
        Te advierto entre barrancos y huracanes
        Tan extensa y tan sola como el cielo.
        Corazón de relámpagos y afanes,
        Paginaba los libros de tus rosas,
        Apacentaba el hato de tus panes.
        Ibas a ser la flor de las esposas,
        Y a pasos de relámpago tu esposo
        Se te va de las manos harinosas.
        Echale, harina, un toro clamoroso
        Negro hasta cierto punto a tu menudo
        Vellón de lana blanco y silencioso.
        A echar copos de harina yo te ayudo
        Y a sufrir por lo bajo, compañera,
        Viuda de cuerpo y de alma yo viudo.
        La inaplacable muerte nos espera
        Como un agua incesante y malparida
        A la vuelta de cada vidriera.
        ¡Cuántos amargos tragos es la vida!
        Bebió él la muerte y tú la saboreas
        Y yo no saboreo otra bebida.
        Retírate conmigo hasta que veas
        Con nuestro llanto dar las piedras grama,
        Abandonando el pan que pastoreas.
        Levántate: te esperan tus zapatos
        Junto a los suyos muertos en tu cama,
        Y la lluviosa pena en sus retratos
        Desde cuyos presidios te reclama.

      Hijo de la luz y de la sombra
        I. Hijo de la sombra
        Eres la noche, esposa: la noche en el instante
        Mayor de su potencia lunar y femenina.
        Eres la medianoche: la sombra culminante
        Donde culmina el sueño, donde el amor culmina.
        Forjado por el día, mi corazón que quema
        Lleva su gran pisada del sol adonde quieres,
        Con un sólido impulso, con una luz suprema,
        Cumbre de las montañas y los atardeceres.
        Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
        Su avaricioso anhelo de imán y poderío.
        Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
        Incendia mi osamenta con un escalofrío.
        El aire de la noche desordena tus pechos,
        Y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
        Como una tempestad de enloquecidos lechos,
        Eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.
        La noche se ha encendido como una sorda hoguera
        De llamas minerales y oscuras embestidas.
        Y alrededor la sombra late como si fuera
        Las almas de los pozos y el vino difundidas.
        Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
        La visible ceguera puesta sobre quien ama;
        Ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
        Ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.
        La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
        Besos que la constelen de relámpagos largos,
        Bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
        Arrullos que hagan música de sus mudos letargos.
        Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
        Tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
        Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
        Con todo el firmamento, la tierra estremecida.
        El hijo está en la sombra que acumula luceros,
        Amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
        Brota de sus perezas y de sus agujeros,
        Y de sus solitarias y apagadas ciudades.
        El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
        Y a su origen infunden los astros una siembra,
        Un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
        Que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.
        Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
        Tendiendo está la sombra su constelada umbría,
        Volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
        Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.
        II. Hijo de la luz
        Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
        Recibes entornadas las horas de tu frente.
        Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
        Tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.
        Centro de claridades, la gran hora te espera
        En el umbral de un fuego que al fuego mismo abrasa:
        Te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
        Colocando en el centro de la luz nuestra casa.
        La noche desprendida de los pozos oscuros,
        Se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
        Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
        Que se rasgan contigo como pétreas matrices.
        La gran hora del parto, la más rotunda hora:
        Estallan los relojes sintiendo tu alarido,
        Se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
        Y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.
        El hijo fue primero sombra y ropa cosida
        Por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
        Con sombras y con ropas anticipó su vida,
        Con sombras y con ropas de gérmenes humanos.
        Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
        Se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
        Que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
        Y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.
        ¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
        Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
        Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
        Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.
        Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
        Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
        Mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
        Dormidos y despiertos con el amor a cuestas.
        Hablo, y el corazón me sale en el aliento.
        Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
        Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
        Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.
        III. Hijo de la luz y la sombra
        Tejidos en el alba, grabados, dos panales
        No pueden detener la miel en los pezones.
        Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
        Luchan y se atropellan con blancas efusiones.
        Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
        Hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
        Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
        Tú toda una colmena de leche con espuma.
        Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
        Laboriosas abejas filtradas por tus poros.
        Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
        Junto a ti, recorrida por caudales sonoros.
        Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro.
        Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
        Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
        Verían que grabada llevo allí tu figura.
        Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
        Fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
        En un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
        En un haz de caricias, de pelo, los dos haces.
        Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
        Laten junto a los vivos de una manera terca.
        Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
        Que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.
        Haremos de este hijo generador sustento,
        Y hará de nuestra carne materia decisiva
        Donde asienten su alma, las manos y el aliento,
        Las hélices circulen, la agricultura viva.
        Él hará que esta vida no caiga derribada,
        Pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
        Que de nuestras dos bocas hará una sola espada
        Y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.
        No te quiero en ti sola: te quiero en tu ascendencia
        Y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
        Porque la especie humana me han dado por herencia,
        La familia del hijo será la especie humana.
        Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
        Seguiremos besándonos en el hijo profundo.
        Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
        Se besan los primeros pobladores del mundo.

      La boca
        Boca que arrastra mi boca,
        Boca que me has arrastrado:
        Boca que vienes de lejos
        A iluminarme de rayos.
        Alba que das a mis noches
        Un resplandor rojo y blanco.
        Boca poblada de bocas:
        Pájaro lleno de pájaros.
        Canción que vuelve las alas
        Hacia arriba y hacia abajo.
        Muerte reducida a besos,
        A sed de morir despacio,
        Das a la grama sangrante
        Dos tremendos aletazos.
        El labio de arriba el cielo
        Y la tierra el otro labio.
        Beso que rueda en la sombra:
        Beso que viene rodando
        Desde el primer cementerio
        Hasta los últimos astros.
        Astro que tiene tu boca
        Enmudecido y cerrado,
        Hasta que un roce celeste
        Hace que vibren sus párpados.
        Beso que va a un porvenir
        De muchachas y muchachos,
        Que no dejarán desiertos
        Ni las calles ni los campos.
        ¡Cuánta boca ya enterrada,
        Sin boca, desenterramos!
        Bebo en tu boca por ellos
        Brindo en tu boca por tantos
        Que cayeron sobre el vino
        De los amorosos vasos.
        Hoy son recuerdos, recuerdos
        Besos distantes y amargos.
        Hundo en tu boca mi vida,
        Oigo rumores de espacios,
        Y el infinito parece
        Que sobre mí se ha volcado.
        He de volver a besarte,
        He de volver. Hundo, caigo,
        Mientras descienden los siglos
        Hacia los hondos barrancos
        Como una febril nevada
        De besos enamorados.
        Boca que desenterraste
        El amanecer más claro
        Con tu lengua. Tres palabras,
        Tres fuegos has heredado:
        Vida, muerte, amor. Ahí quedan
        Escritos sobre tus labios.


      Las desiertas abarcas
        Por el cinco de enero,
        Cada enero ponía
        Mi calzado cabrero
        A la ventana fría.
        Y encontraba los días
        Que derriban las puertas,
        Mis abarcas vacías,
        Mis abarcas desiertas.
        Nunca tuve zapatos,
        Ni trajes, ni palabras:
        Siempre tuve regatos,
        Siempre penas y cabras.
        Me vistió la pobreza,
        Me lamió el cuerpo el río
        Y del pie a la cabeza
        Pasto fui del rocío.
        Por el cinco de enero,
        Para el seis, yo quería
        Que fuera el mundo entero
        Una juguetería.
        Y al andar la alborada
        Removiendo las huertas,
        Mis abarcas sin nada,
        Mis abarcas desiertas.
        Ningún rey coronado
        Tuvo pie, tuvo gana
        Para ver el calzado
        De mi pobre ventana.
        Toda gente de trono,
        Toda gente de botas
        Se rió con encono
        De mis abarcas rotas.
        Rabié de llanto, hasta
        Cubrir de sal mi piel,
        Por un mundo de pasta
        Y unos hombres de miel.
        Por el cinco de enero
        De la majada mía
        Mi calzado cabrero
        A la escarcha salía.
        Y hacia el seis, mis miradas
        Hallaban en sus puertas
        Mis abarcas heladas,
        Mis abarcas desiertas.


      Llegó tan hondo el beso
        Llegó tan hondo el beso
        Que traspasó y emocionó los muertos.
        El beso trajo un brío
        Que arrebató la boca de los vivos.
        El hondo beso grande
        Sintió breve los labios al ahondarse.
        El beso aquel que quiso
        Cavar los muertos y sembrar los vivos.

      Madre España
        Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,
        Con todas las raíces y todos los corajes,
        ¿Quién me separará, me arrancará de ti,
        Madre?
        Abrazado a tu vientre, ¿quién me lo quitará,
        Si su fondo titánico da principio a mi carne?
        Abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa,
        ¡Nadie!
        Madre: abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
        Donde desembocando se unen todas las sangres:
        Donde todos los huecos caídos se levantan:
        Madre.
        Decir madre es decir tierra que me ha parido;
        Es decir a los muertos: hermanos, levantarse;
        Es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
        Sangre.
        La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
        El otro pecho es una burbuja de tus mares.
        Tú eres la madre entera con todo su infinito,
        Madre.
        Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
        Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
        Con más fuerza que antes volverás a parirme,
        Madre.
        Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella,
        Volverás a parirme con más fuerza que antes.
        Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
        ¡Madre!
        Hermanos: defendamos su vientre acometido,
        Hacia donde los grajos crecen de todas partes,
        Pues, para que las malas alas vuelen, aún quedan
        Aires.
        Echad a las orillas de vuestro corazón
        El sentimiento en límites, los afectos parciales.
        Son pequeñas historias al lado de ella, siempre
        Grande.
        Una fotografía y un pedazo de tierra,
        Una carta y un monte son a veces iguales.
        Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,
        Madre.
        Familia de esta tierra que nos funde en la luz,
        Los más oscuros muertos pugnan por levantarse,
        Fundirse con nosotros y salvar la primera
        Madre.
        España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
        De dolor y de piedra profunda para darme:
        No me separarán de tus altas entrañas,
        Madre.
        Además de morir por ti, pido una cosa:
        Que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,
        Vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,
        Madre.

      Más mojado que el rostro de mi llanto
        Más mojado que el rostro de mi llanto,
        Cuando el vidrio lanar del hielo bala,
        Cuando el invierno tu ventana cierra
        Bajo a tus pies un gavilán de ala,
        De ala manchada y corazón de tierra.
        Bajo a tus pies un ramo derretido
        De humilde miel pataleada y sola,
        Un despreciado corazón caído
        En forma de alga y en figura de ola.
        Barro en vano me invisto de amapola,
        Barro en vano vertiendo voy mis brazos,
        Barro en vano te muerdo los talones,
        Dándole a malheridos aletazos
        Sapos como convulsos corazones.

      Me sobra el corazón
        Hoy estoy sin saber, yo no sé cómo,
        Hoy estoy para penas solamente,
        Hoy no tengo amistad,
        Hoy sólo tengo ansias
        De arrancarme de cuajo el corazón
        Y ponerlo debajo de un zapato.
        Hoy reverdece aquella espina seca,
        Hoy es día de llantos de mi reino,
        Hoy descarga en mi pecho el desaliento
        Plomo desalentado.
        No puedo con mi estrella.
        Y busco la muerte por las manos
        Mirando con cariño las navajas,
        Y recuerdo aquel hacha compañera,
        Y pienso en los más altos campanarios
        Para un salto mortal serenamente.
        Si no fuera, ¿por qué?... no sé por qué,
        Mi corazón escribiría una postrera carta,
        Una carta que llevo allí metida,
        Haría un tintero de mi corazón,
        Una fuente de sílabas, de adioses y regalos,
        Y ahí te quedas, al mundo le diría.
        Yo nací en mala luna.
        Tengo la pena de una sola pena
        Que vale más que toda la alegría.
        Un amor me ha dejado con los brazos caídos
        Y no puedo tenderlos hacia más.
        ¿No veis mi boca qué desengañada,
        Qué inconformes mis ojos?
        Cuanto más me contemplo más me aflijo:
        Cortar este dolor ¿con qué tijeras?
        Ayer, mañana, hoy
        Padeciendo por todo
        Mi corazón, pecera melancólica,
        Penal de ruiseñores moribundos.
        Me sobra corazón.
        Hoy, descorazonarme,
        Yo, el más corazonado de los hombres,
        Y por el más, también el más amargo.
        No sé por qué, no sé por qué ni cómo
        Me perdono la vida cada día.

      Menos tu vientre
        Menos tu vientre
        Todo es confuso.
        Menos tu vientre
        Todo es futuro
        Fugaz, pasado
        Baldío, turbio.
        Menos tu vientre
        Todo es oculto,
        Menos tu vientre
        Todo inseguro,
        Todo es postrero
        Polvo del mundo.
        Menos tu vientre
        Todo es oscuro,
        Menos tu vientre
        Claro y profundo

      Mi corazón no puede con la carga
        Mi corazón no puede con la carga
        De su amorosa y lóbrega tormenta
        Y hasta mi lengua eleva la sangrienta
        Especie clamorosa que lo embarga.
        Ya es corazón mi lengua lenta y larga,
        Mi corazón ya es lengua larga y lenta...
        ¿Quieres contar sus penas? Anda y cuenta
        Los dulces granos de la arena amarga.
        Mi corazón no puede más de triste:
        Con el flotante espectro de un ahogado
        Vuela en la sangre y se hunde sin apoyo.
        Y ayer, dentro del tuyo, me escribiste
        Que de nostalgia tienes inclinado
        Medio cuerpo hacia mí, medio hacia el hoyo.


      Mis ojos sin tus ojos
        I

        Mis ojos sin tus ojos no son ojos
        Que son dos hormigueros solitarios,
        Y son mis manos sin las tuyas varios
        Intratables espinos a manojos.
        No me encuentro los labios sin tus rojos,
        Que me llenan de dulces campanarios,
        Sin ti mis pensamientos son calvarios
        Criando nardos y agostando hinojos.
        No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
        Ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
        Y mi voz sin tu trato se afemina.
        Los olores persigo de tu viento
        Y la olvidada imagen de tu huella,
        Que en ti principia, amor, y en mí termina.
        II

        Ya se desembaraza y se desmembra
        El angélico lirio de la cumbre,
        Y al desembarazarse da un relumbre
        Que de un puro relámpago me siembra.
        Es el tiempo del macho y de la hembra,
        Y una necesidad, no una costumbre,
        Besar, amar en medio de esta lumbre
        Que el destino decide de la siembra.
        Toda la creación busca pareja:
        Se persiguen los picos y los huesos,
        Hacen la vida par todas las cosas.
        En una soledad impar que aqueja,
        Yo entre esquilas sonantes como besos
        Y corderas atentas como esposas.
        III

        Pirotécnicos pórticos de azahares,
        Que glorificarán los ruiseñores
        Pronto con sus noctámbulos ardores,
        Conciertan los amargos limonares.
        Entusiasman los aires de cantares
        Fervorosos y alados contramores,
        Y el giratorio mundo va a mayores
        Por arboledas, campos y lugares.
        La sangre está llegando a su apogeo
        En torno a las criaturas, como palma
        De ansia y de garganta inagotable.
        ¡Oh, primavera verde de deseo,
        Qué martirio tu vista dulce y alma
        Para quien anda solo y miserable!

      Muerte nupcial
        El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:
        Este lienzo de ahora sobre madera aún verde,
        Flota como la tierra, se sume en la besana
        Donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.
        Pasar por unos ojos como por un desierto;
        Como por dos ciudades que ni un amor contienen.
        Mirada que va y vuelve sin haber descubierto
        El corazón a nadie, que todos la enarenen.
        Mis ojos encontraron en un rincón los tuyos.
        Se descubrieron mudos entre las dos miradas.
        Sentimos recorrernos un palomar de arrullos,
        Y un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.
        Cuanto más se miraban, más se hallaban: más hondos
        Se veían, más lejos, más en uno fundidos.
        El corazón se puso, y el mundo, más redondos.
        Atravesaba el lecho la patria de los nidos.
        Entonces, el anhelo creciente, la distancia
        Que va de hueso a hueso recorrida y unida,
        Al aspirar del todo la imperiosa fragancia;
        Proyectamos los cuerpos más allá de la vida.
        Expiramos del todo. ¡Qué absoluto portento!
        ¡Qué total fue la dicha de mirarse abrazados,
        Desplegados los ojos hacia arriba un momento,
        Y al momento hacia abajo con los ojos plegados!
        Pero no moriremos. Fue tan cálidamente
        Consumada la vida como el sol, su mirada.
        No es posible perdernos. Somos plena simiente.
        Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.


      Nanas de cebolla
        La cebolla es escarcha
        Cerrada y pobre.
        Escarcha de tus días
        Y de mis noches.
        Hambre y cebolla,
        Hielo negro y escarcha
        Grande y redonda.
        En la cuna del hambre
        Mi niño estaba.
        Con sangre de cebolla
        Se amamantaba.
        Pero tu sangre,
        Escarchada de azúcar,
        Cebolla y hambre.
        Una mujer morena
        Resuelta en luna
        Se derrama hilo a hilo
        Sobre la cuna.
        Ríete, niño
        Que te traigo la luna
        Cuando es preciso.
        Alondra de mi casa,
        Ríete mucho.
        Es tu risa en tus ojos
        La luz del mundo.
        Ríete tanto
        Que mi alma al oírte
        Bata el espacio.
        Tu risa me hace libre,
        Me pone alas.
        Soledades me quita,
        Cárcel me arranca.
        Boca que vuela,
        Corazón que en tus labios
        Relampaguea.
        Es tu risa la espada
        Más victoriosa,
        Vencedor de las flores
        Y las alondras.
        Rival del sol.
        Porvenir de mis huesos
        Y de mi amor.
        La carne aleteante,
        Súbito el párpado,
        El vivir como nunca
        Coloreado.
        ¡Cuánto jilguero
        Se remonta, aletea,
        Desde tu cuerpo!
        Desperté de ser niño:
        Nunca despiertes.
        Triste llevo la boca:
        Ríete siempre.
        Siempre en la cuna,
        Defendiendo la risa
        Pluma por pluma.
        Ser de vuelo tan lato,
        Tan extendido,
        Que tu carne es el cielo
        Recién nacido.
        ¡Si yo pudiera
        Remontarme al origen
        De tu carrera!
        Al octavo mes ríes
        Con cinco azahares.
        Con cinco diminutas
        Ferocidades.
        Con cinco dientes
        Como cinco jazmines
        Adolescentes.
        Frontera de los besos
        Serán mañana,
        Cuando en la dentadura
        Sientas un arma.
        Sientas un fuego
        Correr dientes abajo
        Buscando el centro.
        Vuela niño en la doble
        Luna del pecho:
        Él, triste de cebolla,
        Tú, satisfecho.
        No te derrumbes.
        No sepas lo que pasa
        Ni lo que ocurre.


      ¿No cesará este rayo?
        ¿No cesará este rayo que me habita
        El corazón de exasperadas fieras
        Y de fraguas coléricas y herreras
        Donde el metal más fresco se marchita?
        ¿No cesará esta terca estalactita
        De cultivar sus duras cabelleras
        Como espadas y rígidas hogueras
        Hacia mi corazón me muge y grita?
        Este rayo ni cesa ni se agota:
        De mí mismo tomó su procedencia
        Y ejercita en mí mismo sus furores.
        Esta obstinada piedra de mí brota
        Y sobre mí dirige la insistencia
        De sus lluviosos rayos destructores.

      Pena bienhallada
        Ojinegra la oliva en tu mirada,
        Boquitierna la tórtola en tu risa,
        En tu amor pechiabierta la granada,
        Barbioscura en tu frente nieve y brisa.
        Rostriazul el clavel sobre tu vena,
        Malherido el jazmín desde tu planta,
        Cejijunta en tu cara la azucena,
        Dulciamarga la voz en tu garganta.
        Boquitierna, ojinegra, pechiabierta,
        Rostriazul, barbioscura, malherida,
        Cejijunta te quiero y dulciamarga.
        Semiciego por ti llego a tu puerta,
        Boquiabierta la llaga de mi vida,
        Y agriendulzo la pena que la embarga.


      Por desplumar arcángeles
        Por desplumar arcángeles glaciales,
        La nevada lilial de esbeltos dientes
        Es condenada al llanto de las fuentes
        Y al desconsuelo de los manantiales.
        Por difundir su alma en los metales,
        Por dar el fuego al hierro sus orientes,
        Al dolor de los yunques inclementes
        Lo arrastran los herreros torrenciales.
        Al doloroso trato de la espina,
        Al fatal desaliento de la rosa
        Y a la acción corrosiva de la muerte.
        Arrojado me veo, y tanta ruina
        No es por otra desgracia ni otra cosa
        Que por quererte y sólo por quererte.


      Por tu pie, la blancura más bailable
        Por tu pie, la blancura más bailable,
        Donde cesa en diez partes tu hermosura,
        Una paloma sube a tu cintura,
        Baja a la tierra un nardo interminable.
        Con tu pie vas poniendo lo admirable
        Del nácar en ridícula estrechura,
        Y adonde va tu pie va la blancura,
        Perro sembrado de jazmín calzable.
        A tu pie, tan espuma como playa,
        Arena y mar, me arrimo y desarrimo
        Y al redil de su planta entrar procuro.
        Entro y dejo que el alma se me vaya
        Por la voz amorosa del racimo:
        Pisa mi corazón que ya es maduro.


      ¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria?
        ¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria
        Del privilegio aquel, de aquel aquello
        Que era, almenadamente blanco y bello,
        Una almena de nata giratoria?
        Recuerdo y no recuerdo aquella historia
        De marfil expirado en un cabello,
        Donde aprendió a ceñir el cisne cuello
        Y a vocear la nieve transitoria.
        Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo
        De estrangulable hielo femenino
        Como una lacteada y breve vía.
        Y recuerdo aquel beso sin apoyo
        Que quedó entre mi boca y el camino
        De aquel cuello, aquel beso y aquel día.


      Ropas con su olor
        Ropas con su olor
        Paños con su aroma.
        Se alejó en su cuerpo,
        Me dejó en sus ropas.
        Lecho sin calor,
        Sábana de sombra.
        Se ausentó en su cuerpo.
        Se quedó en sus ropas.


      Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo
        Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo,
        Nacida ya para el marero oficio;
        Ser graciosa y morena tu ejercicio
        Y tu virtud más ejemplar ser cielo.
        ¡Niña!, cuando tu pelo va de vuelo,
        Dando del viento claro un negro indicio,
        Enmienda de marfil y de artificio
        Ser de tu capilar borrasca anhelo.
        No tienes más que hacer que ser hermosa,
        Ni tengo más festejo que mirarte,
        Alrededor girando de tu esfera.
        Satélite de ti, no hago otra cosa,
        Si no es una labor de recordarte.
        -¡Date presa de amor, mi carcelera!

      Silencio de metal triste y sonoro
        Silencio de metal triste y sonoro,
        Espadas congregando con amores
        En el final de huesos destructores
        De la región volcánica del toro.
        Una humedad de femenino oro
        Que olió, puso en su sangre resplandores,
        Y refugió un bramido entre las flores
        Como un huracanado y vasto lloro.
        De amorosas y cálidas cornadas
        Cubriendo está los trebolares tiernos
        Con el dolor de mil enamorados.
        Bajo su piel las furias refugiadas
        Son en el nacimiento de sus cuernos
        Pensamientos de muerte edificados

      Te me mueres de casta y sencilla
        Te me mueres de casta y de sencilla...
        Estoy convicto, amor, estoy confeso
        De que, raptor intrépido de un beso,
        Yo te libé la flor de la mejilla.
        Yo te libé la flor de la mejilla,
        Y desde aquella gloria, aquel suceso,
        Tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
        Se te cae deshojada y amarilla.
        El fantasma del beso delincuente
        El pómulo te tiene perseguido,
        Cada vez más patente, negro y grande.
        Y sin dormir estás, celosamente,
        Vigilando mi boca ¡con qué cuido!
        Para que no se vicie y se desmande

      Tengo estos huesos hechos a las penas
        Tengo estos huesos hechos a las penas
        Y a las cavilaciones estas sienes:
        Pena que vas, cavilación que vienes
        Como el mar de la playa a las arenas.
        Como el mar de la playa a las arenas,
        Voy en este naufragio de vaivenes,
        Por una noche oscura de sartenes
        Redondas, pobres, tristes y morenas.
        Nadie me salvará de este naufragio
        Si no es tu amor, la tabla que procuro,
        Si no es tu voz, el norte que pretendo.
        Eludiendo por eso el mal presagio
        De que ni en ti siquiera habré seguro,
        Voy entre pena y pena sonriendo.


      Tu corazón, una naranja helada
        Tu corazón, una naranja helada
        Con un dentro sin luz de dulce miera
        Y una porosa vista de oro: un fuera
        Venturas prometiendo a la mirada.
        Mi corazón, una febril granada
        De agrupado rubor y abierta cera,
        Que sus tiernos collares te ofreciera
        Con una obstinación enamorada.
        ¡Ay, qué acometimiento de quebranto
        Ir a tu corazón y hallar un hielo
        De irreductible y pavorosa nieve!
        Por los alrededores de mi llanto
        Un pañuelo sediento va de vuelo
        Con la esperanza de que en él lo abreve.


      Tus ojos
        Tus ojos se me van
        De mis ojos y vuelven
        Después de recorrer
        Un páramo de ausentes.
        Tu boca se me marcha
        De mi boca y regresa
        Con varios besos muertos
        Que aún baten, que aún quisieran.
        Tus brazos se desploman
        En mis brazos y ascienden
        Retrocediendo ante esa
        Desolación que sientes.
        Otero de tu cuerpo,
        Aún mi calor lo vence.

      Umbrío por la pena, casi bruno
        Umbrío por la pena, casi bruno,
        Porque la pena tizna cuando estalla,
        Donde yo no me hallo no se halla
        Hombre más apenado que ninguno.
        Sobre la pena duermo solo y uno,
        Pena en mi paz y pena en mi batalla,
        Perro que ni me deja ni se calla,
        Siempre a su dueño fiel, pero importuno.
        Cardos y penas llevo por corona,
        Cardos y penas siembran sus leopardos
        Y no me dejan bueno hueso alguno.
        No podrá con la pena mi persona
        Rodeada de penas y de cardos:
        ¡Cuánto penar para morirse uno

      Un carnívoro cuchillo
        Un carnívoro cuchillo
        De ala dulce y homicida
        Sostiene un vuelo y un brillo
        Alrededor de mi vida.
        Rayo de metal crispado
        Fulgentemente caído,
        Picotea mi costado
        Y hace en él un triste nido.
        Mi sien, florido balcón
        De mis edades tempranas,
        Negra está, y mi corazón,
        Y mi corazón con canas.
        Tal es la mala virtud
        Del rayo que me rodea,
        Que voy a mi juventud
        Como la luna a la aldea.
        Recojo con las pestañas
        Sal del alma y sal del ojo
        Y flores de telarañas
        De mis tristezas recojo.
        ¿A dónde iré que no vaya
        Mi perdición a buscar?
        Tu destino es de la playa
        Y mi vocación del mar.
        Descansar de esta labor
        De huracán, amor o infierno,
        No es posible, y el dolor
        Me hará mi pesar eterno.
        Pero al fin podré vencerte,
        Ave y rayo secular,
        Corazón que de la muerte
        Nadie ha de hacerme dudar.
        Sigue, pues, sigue, cuchillo,
        Volando, hiriendo. Algún día
        Se pondrá el tiempo amarillo
        Sobre mi fotografía.


      Una querencia tengo por tu acento
        Una querencia tengo por tu acento,
        Una apetencia por tu compañía
        Y una dolencia de melancolía
        Por la ausencia del aire de tu viento.
        Paciencia necesita mi tormento
        Urgencia de tu garza galanía,
        Tu clemencia solar mi helado día,
        Tu asistencia la herida en que lo cuento.
        ¡Ay, querencia, dolencia y apetencia!
        Tus sustanciales besos, mi sustento,
        Me faltan y me muero sobre mayo.
        Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
        A serenar la sien del pensamiento
        Que desahoga en mí su eterno rayo.

      Vientos del pueblo me llevan
        Vientos del pueblo me llevan,
        Vientos del pueblo me arrastran,
        Me esparcen el corazón
        Y me avientan la garganta.
        Los bueyes doblan la frente,
        Impotentemente mansa,
        Delante de los castigos:
        Los leones la levantan
        Y al mismo tiempo castigan
        Con su clamorosa zarpa.
        No soy de un pueblo de bueyes
        Que soy de un pueblo que embargan
        Yacimiento de leones,
        Desfiladeros de águilas
        Y cordillera de toros
        Con el orgullo en el asta.
        Nunca medraron los bueyes
        En los páramos de España.
        ¿Quién habló de echar un yugo
        Sobre el cuello de esta raza?
        ¿Quién ha puesto al huracán
        Jamás ni yugos ni trabas,
        Ni quién el rayo detuvo
        Prisionero en un jaula?
        Asturianos de braveza,
        Vascos de piedra blindada,
        Valencianos de alegría
        Y castellanos de alma,
        Labrados como la tierra
        Y airosos como las alas;
        Andaluces de relámpago,
        Nacidos entre guitarras
        Y forjados en los yunques
        Torrenciales de las lágrimas;
        Extremeños de centeno,
        Gallegos de lluvia y calma,
        Catalanes de firmeza
        Aragoneses de casta,
        Murcianos de dinamita
        Frutalmente propagada,
        Leoneses, navarros, dueños
        Del hambre, el sudor y el hacha,
        Reyes de la minería,
        Señores de la labranza,
        Hambre que entre las raíces,
        Como raíces gallardas,
        Vais de la vida a la muerte,
        Vais de la nada a la nada:
        Yugos os quieren poner
        Gente de la hierba mala,
        Yugos que habéis de dejar
        Rotos sobre sus espaldas.
        Crepúsculo de los bueyes
        Está despuntando el alba.
        Los bueyes mueren vestidos
        De humildad y olor de cuadra:
        Las águilas, los leones
        Y los toros, de arrogancia,
        Y detrás de ellos, el cielo
        Ni se enturbia ni se acaba.
        La agonía de los bueyes
        Tiene pequeña la cara,
        La del animal varón
        Toda la creación agranda.
        Si me muero, que me muera
        Con la cabeza muy alta.
        Muerto y veinte veces muerto,
        La boca contra la grama,
        Tendré apretados los dientes
        Y decidida la barba.
        Cantando espero a la muerte,
        Que hay ruiseñores que cantan
        Encima de los fusiles
        Y en medio de las batallas



        Poematica del tiempo