La mañanita era perfecta, fresca y silenciosa, Ramona se había levantado como cada día, cuando todavía estaba en penumbras para arrodillarse a un costado de la cama matrimonial, y así conectarse con su Dios, era su primera llamada a la ciudad sagrada, para presentar sus plegarias y su plan de vida al altísimo.
De repente,
los toques seguidos en la puerta no le sorprendieron, era la contraseña de su
compadre el alma Josè Antonio ( Toño); hermano de Aquino su esposo, y compañero
de tragos y correrías nocturnas, que venía como
alba a saber de los ocho muchachos ( Sobrinos) y a tomarse su segunda tacita de café antes de iniciar su jornada laboral
en el Atlas Comercial Company. Sin
dudas alguna era uno de los momentos preferidos del día, “
el cafesito”.
Toño agarró
la taza en su manos, como si fuera algo
sagrado, bebió a dos grandes sorbos sin pausas,
casi se quema la punta, la punta de la lengua; es que saboreó hasta el
cielito de la boca, parecía un catados de vinos, en una suerte de jardín encantado.
Se despidió,
con la mano en alto, como si fuera un candidato partidario, talvez parecía hacer un juramento, pero su sì
era si, y su no, era no; pedò la media vuelta, caminò por el callejón de la casa, en el camino hasta la acera se
encontró con Langa ( perra de la familia
que era un muchacho màs), no le ladrò le moviò el rabo.
En la casa
del tìo, su esposa Marìa, quedó planificando el almuerzo de las 12 del mediodía.
Sus hijos Deyanira, Damaris, Elinor y Juancito, dormían plácidamente,
era verano, disfrutaban de la pausa del verano en la Escuela España, distante a
unos 600 metros de la vivienda en el Callejòn Obrero, en la Avenida Nicolàs de
Ovando de Villas Agrìcolas.
Sòlo 360
segundos antes, se había tomado el café del amor, con su esposa, se había
solazado en la jacuzi y las duchas del ensueño y la satisfacción, se iba
satisfecho al trabajo, y confiado de su
esposa , y el cuidado de sus hijos.
Ah, pienso en
Marìa, de nombre sagradísimo y le doy mi voto de confianza, porque era de la
estirpe de mujeres de antes, damas, mil veces digna, abnegadas, seguras y completas en el lecho nupcial y creada para
la tierra, el agua, el sol y el fuego.
Para esos
días de la década del 1970, no había muchos relojes, pero la gente era puntual y rigurosa en el cumplimiento de los compromisos
públicos y privados. El tìo volvió a la casa a la 1:00 p.m., de ese martes
aciago, el reloj de campanillas traìdo años antes por la tìa Tatica diò una
sola campanada justo cuando Toño pisò el umbral, le diò un beso a su mujer,
comenzó a desabrocar los botones negros de la chacabana blanca,
se desatò los cordones, y se sentò a la mesa con una sonrisa en los labios: era su comida preferida,
locrio de carne de cerdo con masitas y gorditos.
Acto
seguido, bebió un sorbo de café y se tirò en
el mueble grande de la sala, era siesta que se prolongaba
hasta la tres de la tarde, la hora
novena en el historial judío. El entorno comenzó a darle vueltas, se puso
palido, parecía que la casa estaba patas arriba.
Marìa, en
seguida, se ilumina, sabe que su esposo no anda bien de salud, de dos zancadas
sale a la puerta de la calle y llama a Danilo , vecino de enfrente que tiene un
carro de concho marca Hilman, y en seguida, con la ayuda de Josè la Mafia, Isaìas y la Culebra lo montan en el auto rumbo al Hospital Francisco Moscoso Puello distante a unos kilómetros del
lugar.
Un ataque
fulminante al miocardio derribò a un gigante.
Sus hijos que lo vieron salir cargado en brazos, con los
pies hacia delante, como presagio del ángel de la muerte, comenzaron a llorarlo
sin saberlo.
Dos horas
después, a las tres la tarde llega la noticia terrible: se murió Toño. Hijos,
hermanos, sobrinos y familiares lloran las notas del desconsuelo.
Berthilia,
madre de Toño recibiría el primero de varios golpes demoledores, pocos años
después Aquino seguiría el camino de todos en la tierra: moriría en términos
parecidos. Fue tanto el dolor para esa madre, que hizo un cuadrante mental, así
las cosas por la Nicolás de Obando no pasaría de la Máximo Gómez, y por el otro
extremo no pasaría de la Duarte.
No eran
tiempos en que se usaban mucho las
funerarias, de modo que la sala de la casa resultó pequeña para tanto dolor,
para tantos ríos de lágrimas. Llamaba la
atención que cuatro cirios, dos a cada extremo del cuerpo custodiaban el
cadáver, no necesitó de ritos, ni de guardias de honor, una inmensa batea de
hielo debajo del ataúd, y una plancha en el torax, eran la usanza de esos
tiempos.
Llantos
largos como aullidos de de animales, una
sopita para Marìa la viuda del tìo, un
intenso olor a café.
La Familia
había heredado la región romana, por eso entrò
una rezadora de nombre Cristobalina, con los moños recogidos, muy
pintarrajeada para una ocasión tan
solemne, pero nadie reparó en esos detalles nimios.
El dolor era
tan grande para los hijos y la familia que pareciera como si se hubieran
oscurecido el sol o la luna.
Toda la
familia entendió que, la muerte llega cuando no
esperas, y que a veces no hay tiempo para despedirse.
ENVIAME TUS
NUMEROS TELEFONICOS.
Por favor.
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