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viernes, 11 de noviembre de 2016

La Muerte del tìo Toño








Por, Victor Elias Aquino

La mañanita era perfecta, fresca y silenciosa, Ramona  se había levantado como cada día, cuando todavía estaba  en penumbras para arrodillarse a un costado de la cama matrimonial, y así conectarse con su Dios, era su primera llamada a la ciudad sagrada, para presentar sus plegarias y su plan de vida al altísimo.
De repente, los toques seguidos en la puerta no le sorprendieron, era la contraseña de su compadre el alma Josè Antonio ( Toño); hermano de Aquino su esposo, y compañero de tragos y correrías nocturnas, que venía como  alba a saber de los ocho muchachos ( Sobrinos) y a tomarse su segunda tacita  de café antes de iniciar su jornada laboral en el Atlas Comercial Company.  Sin dudas  alguna  era uno de los momentos preferidos del  día,  “ el cafesito”.
Toño agarró la taza en su  manos, como si fuera algo sagrado, bebió a dos grandes sorbos sin pausas,  casi se quema la punta, la punta de la lengua; es que saboreó hasta el cielito de la boca, parecía un catados de vinos, en una suerte de jardín  encantado.
Se despidió, con la mano en alto, como si fuera un candidato partidario,  talvez parecía hacer un juramento, pero su sì era si, y su no, era no; pedò la media vuelta, caminò por el callejón  de la casa, en el camino hasta la acera se encontró  con Langa ( perra de la familia que era un muchacho màs), no le ladrò le moviò el rabo.
En la casa del tìo, su esposa Marìa, quedó planificando el almuerzo de las 12  del mediodía.  Sus hijos Deyanira, Damaris, Elinor y Juancito, dormían plácidamente, era verano, disfrutaban de la pausa del verano en la Escuela España, distante a unos 600 metros de la vivienda en el Callejòn Obrero, en la Avenida Nicolàs de Ovando de Villas Agrìcolas.
Sòlo 360 segundos antes, se había tomado el café del amor, con su esposa, se había solazado en la jacuzi y las duchas del ensueño y la satisfacción, se iba satisfecho al trabajo,  y confiado de su esposa , y el  cuidado de sus hijos.
Ah, pienso en Marìa, de nombre sagradísimo y le doy mi voto de confianza, porque era de la estirpe de mujeres de antes, damas, mil veces digna, abnegadas, seguras  y completas en el lecho nupcial y creada para la tierra, el agua, el sol y el fuego.
Para esos días de la década del 1970, no había muchos relojes, pero   la gente era puntual y rigurosa  en el cumplimiento de los compromisos públicos y privados. El tìo volvió a la casa a la 1:00 p.m., de ese martes aciago, el reloj de campanillas traìdo años antes por la tìa Tatica diò una sola campanada justo cuando Toño pisò el umbral, le diò un beso a su mujer, comenzó a desabrocar los botones negros de la chacabana  blanca,  se desatò los cordones, y se sentò a la mesa con una  sonrisa en los labios: era su comida preferida, locrio de carne de cerdo con masitas y gorditos.
Acto seguido, bebió un sorbo de café y se tirò en  el  mueble grande  de la sala, era siesta que se prolongaba hasta la tres de la tarde, la  hora novena en el historial judío. El entorno comenzó a darle vueltas, se puso palido, parecía que la casa estaba patas arriba.
Marìa, en seguida, se ilumina, sabe que su esposo no anda bien de salud, de dos zancadas sale a la puerta de la calle y llama a Danilo , vecino de enfrente que tiene un carro de concho marca Hilman, y en seguida, con la ayuda  de Josè la Mafia,  Isaìas y la Culebra lo montan en el  auto rumbo al Hospital Francisco  Moscoso Puello distante a unos kilómetros del lugar.
Un ataque fulminante al miocardio derribò a un gigante.  Sus  hijos  que lo vieron salir cargado en brazos, con los pies hacia delante,  como presagio  del ángel de la muerte, comenzaron a llorarlo sin saberlo.
Dos horas después, a las tres la tarde llega la noticia terrible: se murió Toño.  Hijos,  hermanos, sobrinos y familiares lloran las notas del desconsuelo.
Berthilia, madre de Toño recibiría el primero de varios golpes demoledores, pocos años después Aquino seguiría el camino de todos en la tierra: moriría en términos parecidos. Fue tanto el dolor para esa madre, que hizo un cuadrante mental, así las cosas por la Nicolás de Obando no pasaría de la Máximo Gómez, y por el otro extremo no pasaría de la  Duarte.
No eran tiempos en que se usaban  mucho las funerarias, de modo que la sala de la casa resultó pequeña para tanto dolor, para tantos ríos de lágrimas.  Llamaba la atención que cuatro cirios, dos a cada extremo del cuerpo custodiaban el cadáver, no necesitó de ritos, ni de guardias de honor, una inmensa batea de hielo debajo del ataúd, y una plancha en el torax, eran la usanza de esos tiempos.
Llantos largos como aullidos de  de animales, una sopita para  Marìa la viuda del tìo, un intenso olor a café.
La Familia había heredado la región romana, por eso entrò   una rezadora de nombre Cristobalina, con los moños recogidos, muy pintarrajeada para una ocasión tan solemne, pero nadie reparó en esos detalles nimios.
El dolor era tan grande para los hijos y la familia que pareciera como si se hubieran oscurecido el sol o la luna.
Toda la familia entendió que, la muerte llega cuando no  esperas, y que a veces no hay tiempo para despedirse.


ENVIAME TUS NUMEROS TELEFONICOS.
Por favor.

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