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miércoles, 20 de enero de 2016

A toda Maquina










Mama y  su vieja máquina Singer de pedales era una sola,  en ella  se cocían  fuego  alto sueños de toda la familia, las penas, las tristeza, las alegría y  oraciones que en el cielo se convertían en olor fragante; y en la tierra en pantaloncitos multicolores de retazos de remate y arcoíris que se vendían   “en negocios de mujeres malas”, en la histórica zona norte de  Domingo.
A caso, ?Hay un solo justo, bueno en toda la tierra?
Así de buenos y malos eran los tiempos.  Hablaba de prostíbulos, bares (cabarets), pero lo decía con lenguaje, de sabios, reyes y sacerdotes de un tiempo sin memoria.

Ramona  fue modista autodidacta, y de ese oficio su única práctica fue estar sentada en un desván frente al costurero de la mismísima Herminia Posti, la modista más famosa de Bonao.
Recuerda que antes de sus 15 junto chele a chele para hacerse en vestido, fue como si todos  los conocimientos de la experta se le trasvasaran una  tarde que soñó que ella era la modista del pueblo
Así las cosas, Antonielo era el mensajero del destino manifiesto recorría las calles pregonando pantaloncitos cortos en perchas grandes como arcos de gladiadores, pero nunca traspaso el lindero de su madre, no pasó nunca, nunca , nunca de la calle Moca esquina 20, donde estaba el famoso cine Ketty, frontera natural entre los barrios de Villas Agrícolas y Villa  Juana que en tiempos pretéritos fueron potreros y fincas de la Familia Trujillo.
Como en una procesión las mujeres salían todas juntas, de tardesita las mujeres todavía no había clientes, ni música alta, tenían y tiempo de recordar que eran madres, y entonces de daba la ley del regateo en la compra y venta de pantaloncitos.  Para Antonielo el día era perfecto  cuando lograba  vender dos pantaloncitos de 25 cheles y entregarlos a su madre.
Cualquiera que lo vía, veliz,  pensaba que había pasado de curso. Estaba trayendo el dinero de  la cena, y lo sabía, claro que lo sabía.
Ramona nunca fue violenta, pero se  acostumbro a golpe y  disparos de pedal a matar los atardeceres, con una taza de café, biblia en  mano y sus oraciones prendadas de los labios.


 Autor:

Victor Elias Aquino





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