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martes, 4 de octubre de 2011

Manuel del Cabral


Compadre Mon (I) 
Manuel del Cabral

    
Tanto he pisado esta tierra,
que es ella la que anda ya.
Compadre Mon
Por una de tus venas me iré Cibao adentro.
Y lo sabrá el barbero, aquel que los domingos
te podaba las barbas
como quien poda un árbol de la patria.
Y también Domitila lo sabrá, Domitila
que mientras comadreaba tenía entre las manos
unos duendes que hacían pan sabroso hasta el lodo.
Y habló de Domitila, porque sin esa cosa...
quizá ni tu revólver fuera un poco de pueblo.
Porque ella fue tu risa, fue tu pan y tu catre.
¿Qué hubiera sido entonces de esas cosas humildes
que tocaron tus manos, tu calor, tus pisadas?
Tu caballo
hubiera sido siempre una bestia cualquiera.
Tal vez sin estas cosas los muchachos con sueño
ya hubieran enterrado tu pistola, tu espuela;
todo lo que en tu cuerpo y en tu aire
en la tierra que quiso no quedarse dormida.
Porque tú, que no fuiste nunca niño de escuela,
a la escuela te lavan en la boca los niños.Es que no quiero hablar de tus cosas mayores,
ni aún de aquella extraña madrugada en que diste
órdenes a un soldado
para que repicarán las campanas
por tu llegada al pueblo.
No
No quiero hablar ahora de tus cosas de todos.
de lo que quiero ahora
es hablar del remiendo que te hacía la tía
en aquellos no aún gloriosos pantalones.
Hablo de la ternura con que tú ya besabas
sus manos costureras, cuando aún tus bolsillos
se cargaban de piedras para romper faroles.
La gente que te vió tan pequeñito
no pensó que la tierra se iba a poner tan grande...
Ahora
cualquiera cosa tuya huele a patria.
Hasta Tico, el lechero
que llega con un poco de leche en su sonrisa,
y me dice:
aquí, Manuel, estuvo Mon un día,
¡que no rompan la silla donde lo vi sentado;
arrimado a esta puerta!
Ya ves, Compadre Mon,
no puedo hablarte ya de cosas grandes;
tu pistola, tus barbas, tu cabello,
tu nombre,
todo es pequeño junto a esa sonrisa.
¡Cómo brilla tu historia en los dientes de Tico!
Qué grandes estás; Compadre Mon en esas
cosas pequeñas. ¡Por las ventanas de Tico yo me iré Mon adentro!
El maíz no lo sabe,
ni el trueno,
ni el agua.
Pero tú estas en el maíz del niño
que piensas crecer mucho y tener tu tamaño,
y tener un caballo como el tuyo
que entró en la historia a fuerza de ser patria.
El trueno no lo sabe,
pero tú estás en al garganta ronca
de los tambores que enloquecieron
de tanto hablar de tí..., de los rugidos
del paso de tu sangre.
El agua no lo sabe,
pero eres el agua con un cuento...
tú le pusiste edad al agua de los hombres...,
al agua que más duele, la pesada
¡que siempre lleva llena venas, y con sed siempre el hombre!
Sin embargo, no quiero,
no quiero hablar, compadre Mon, de esas
cosas visibles tuyas...
Yo prefiero decirle que Cachón, un muchacho
enclenque de mi pueblo,
estuvo muchos días y demasiadas noches,
torturándose,
fabricando,
puliendo unas estrofas, y luego, sin comer,
muchas veces,
iba a mi casa, casi asustado,
casi tartamudo sorprendido,
y con quien comete sus más sagrado crimen,
me decía: - Manuel, aquí tengo una cosa
que quiero que tú veas.
Pero nunca, nunca pude leerla,
porque temblaba para darme aquello...,
y volvía a su casa con aquello en secreto
y volvía a pulir,
y a no dormir,
ni comer,
y volvía a hablar solo.
De esto, Mon, sí quiero hablarle en familia:
de aquel muchacho en huesos
que iba a la barbería
y diez veces le preguntaba al barbero
que cuánto le debía...
(Porque, Mon, es muy triste
no terminar un verso).
Aquel muchacho simple que perdió la memoria
y que yo le decía que comiera...
Aquella emoción pura que al nombrarte, parece
que se abría las venas para que se bebieran
hondo y tibio tu nombre.
Esto sí me parece que no deja que el tiempo
hasta lo más simple de tu voz:
tu sonrisa.
Y a ti, Compadre Mon, que te encontré una tarde
haciendo el hoyo puro
del futuro cadáver de tu cuerpo
(porque tenías un duelo aquella tarde).
Pero nunca supiste que tu muerte
no cabe en ningún hoyo de la tierra.
Yo mismo que de niño te conocí en el aire
que respiraba el pueblo,
iba ya repartiéndome tu vida,
iba ya haciéndote un poco de mis cosas,
iba ya no dejándote morir...
Después al campanario se ocupó de tu nombre,
de tus cosas mayores.
y era difícil ya como un hombre cualquiera,
te pegaras un tiro,
o te entregaras a menudencias,
a pequeñas manías;
porque hasta aquellas inútiles palabras a tu gato
tenían ya un sentido,
porque así son, Don Mon, todas las cosas
que pertenecen a lo que ya tiene
tamaño de destino...
Un simple canto de gallo que despierta
las cosas de la mañana,
toma de pronto la estatura de un siglo,
si entre las cosas que se despiertan con su canto
se levanta un caballo con la historia en el lomo.
Te estoy diciendo esto viejo Mon ahora
en que hacer unos versos y ponerse a decirlos
es un peligro... tan grande
como ponerse a hacer la patria
con sables de madera de sándalo.
Porque nosotros, lo que hacemos
estas cosas de sueño, no estamos preparados
para la fiesta del honor con precio...
Yo veo, a ratos ciegos que tocan su instrumento
por unos cuantos cobres. Muchas veces,
después de sus canciones, voy a verme al espejo,
y miro bien mi cara para ver si es la mía...
Porque, a veces, cuando cantan los ciegos,
muchas cosas del cuerpo voy dejando
no sé a donde...
Por eso,
pregunto por mi nombre cuando cantan los ciegos.
Te estoy diciendo esto porque a veces
lo que nació en tu pecho lo tienes en la mano...
Te estoy diciendo esto, viejo Mon, porque a ratos,
hablas conmigo cosas que hablando no me dices.
He caminado mucho por los ríos
que vienen de tu cuerpo cuando a oscuras te hieren;
y sé que cuando sangras
te salen por las venas los sueños más varones.
Es que desde hace tiempo,
tú construyes la patria, destruyéndote..
POEMA 1
La tierra por aquí cuando madruga,
siempre despierta con las amapolas
que nacen de repente en las pistolas.
Aquí, donde las balas se redimen.
Donde un dedo de Mon es una historia.
En esta tierra es caballero el crimen...
En esta pequeñita geografía,
en donde siempre la palabra macho
es una catedral desde muchacho.
Aquí, donde la voz está en el cinto,
entre la dentadura de las balas,
entre la dentadura del instinto..
Aquí el crimen no tiene olor a plata.
El hombre aquí, para matar es niño,
porque también para ser niño mata.
Aquí mi tierra, la que en la cintura
lleva un cuchillo, porque siempre tiene
el corazón entre la mano dura.
POEMA 2
Como frente a una carta de raíces,
para saber el mapa de la tierra
yo me puse a leer tus cicatrices.
Sólo un hombre está allí, y es tan humano
que ya puedo saber, viendo sus dedos,
a qué sabe la tierra en una mano.
A qué saben los ríos..., tu sangría...
Y a qué saben las piedras de tus callos.
Porque tu cuerpo es una geografía.
Compadre Mon, pero la tierra asciende:
tu corazón no cabe en la moneda.
Su tamaño tan grande lo defiende.
Y en el filo lo vi de la navaja;
tú lo tirabas a los desafíos
como aquel corazón de la baraja.
Pocas cosas son tuyas como aquello
que te late y lo sacas, pero el filo
que se mancha con él... está más bello.
Ni tu caballo que ganando meses
es la mitad de tu figura y sabe
ser familia de balas y de peces.
Ni tu acordeón que cuando lo exprimías,
la gente de la tarde ya miraba
por el aire los trapos de tus días.
Hasta los bueyes de los ojos llanos
tras el boyero que regresa triste
con la palabra hombre entre las manos..
Hoy ni los cerros, los que ya no veo
con sus barbas de niebla que se queman
antes que el día, con el tiroteo.
Nada tiene más tierra enfurecida,
en nada hay ya más campo, cuando sale...
cuando te sale el campo por la herida.
Es que, Compadre Mon, cuando yo quiero
saber el mapa de la tierra, miró
la carta de tu piel, cosida a tiros.
POEMA 3
Y aquí, Compadre Mon, aquí en el río
cabe el cielo, lo mismo que en tu mano
cabe la historia de tu caserío.
Nada mejor que oír hablar tu dedo,
aquel que aprieta tu gatillo y pone...
pone de pronto hasta valiente al miedo,
Tu sonrisa caía como un hacha
sobre los hombres, cuando tu botín
era sobre tu potro una muchacha.
Aquí recuerdo tus amaneceres,
cuando pasaba tu caballo tibio
con las ancas fragantes a mujeres;
cuando en la madrugada las estrellas
eran los agujeros: los que hacía
tu pistola buscando hacer el día.
Por eso aquí, frente a tu potro, callo...
¡Tanto en la noche su galope oía,
que era la madrugada tu caballo!
Pero tal vez la tierra no lo sabe:
oigo que su galope llena al tiempo,
que su galope en el presente cabe.
Tierra por ti, Compadre Mon, durando.
Tú que nunca quisiste ver el cielo
para que no te hiciera un poco blando.
POEMA 4
A cara o cruz, para saber qué ruta
tomaremos, después del aguardiente.
La moneda saltó sonoramente,
viróse cara,
y nos decidimos
por el azul de la mañana clara.
Compadre Mon, y tu primer suspiro
fue despertar al pueblo con un tiro.
Madrugaban tus balas, parecía
que un puñado de pájaros echabas
antes que los de pluma diera el día.
Nos esperaba alegre el caserío.
Llegó como un reguero de chicharras
la algarabía del muchacherio.
Muchacherío azul que ya enarbola
la bandera de un grito, la bandera
que no se puede arriar con la pistola.
Compadre Mon, y allá, por esas tierras,
qué bien reciben a los hombres machos
desde las hembras hasta los muchachos.
Por una falda se ensanchó tu nombre,
no es una mancha, es pantalonería
por una falda sepultar un hombre.
Tu palabra sacude al caserío.
Juegas con hembras y por hembras matas,
y va tu honor como va limpio el río.
Egloga tú, gran Mon, de piedra y clavo,
sobre tu potro, capitán del viento,
juegas la vida igual que tu centavo.
POEMA 5
Ni la aldea que cabe en el perico
llegado en la provincia de su jaula
con robados refranes en el pico.
Ni la veta del ocio con caminos
que van sacando el mar de las guitarras.
Tú tienes algo más: jefe de trinos.
Y allá, Compadre Mon, tu voz de abuelo
sale desde tus barbas como salen
de la selva los pájaros con cielo.
Allá los colibríes cimarrones
que paraban de pronto tus orejas,
porque zumbaban como municiones.
Tú que me dices que la piedra canta.
Oye crecer los árboles tu olfato,
y a los duendes que sudan en la planta.
Qué bien estás para que de repente
ni un retazo de campo se te vaya.
Metido el tiempo en tu mirada, calla...
pero con un silencio acorralado...
silencio de los ojos de los toros...
silencio de cuchillo no guardado.
POEMA 6
Y aquí la sal furiosa que rode
a tu prisionera terquedad de costas.
(Lava Dios por aquí cuando golpea).
Aquí el hombre de tierra y aire lento,
acostumbrado a recoger el cielo,
acostumbrado a cosechar el viento.
En esta tierra en donde las miradas
se alimentan del árbol y la tarde,
no siempre son los ojos las espadas.
Aquí, Compadre Mon, se tumba el cielo
sólo cuando tu voz anuncia lluvia,
(no como la llovizna de tu pelo).
Ya tus ojos se van por la ventana,
y algo dejan en tierra, pero vienen
cuando se cae del duende la mañana.
POEMA 7
Ya conoce la cáscara del ruido
este silencio que camina a ratos,
como el ladrón y el ángel, sin zapatos.
Pero un golpe de sangre desamarra
del cerro que de pie pone los llanos
tu voz que se te enreda en la guitarra.
Huye la selva hacia tu vena y huye
por la raíz que sube más que el ala.
(Destruyéndose en ti, no se destruye).
Hoy el filón de tu aventura saca
más oro de refranes que la mina
de la haraganería de la hamaca.
Compadre Mon, y en ti, buscan el día...
¡Voy a creer que de tus manos sale
más furiosa de azul la geografía!
Ya en el corral de tu guitarra siento
que muge el huracán, es que tú sueltas
de los alambres del corral el viento.
Y como si de pronto te lavaras
el corazón, o le sacaras trapos,
salen por la guitarra tus harapos.
POEMA 8
Tierra que naces de guitarra ardiendo.
Viene familia de tu carne el aire.
Tierra que estás en una voz creciendo.
Oigo tu clima y toro desatados;
el aguacero preñador de ríos;
el huracán: escoba de nublados.
Huye tu nombre en la cabalgadura
que se va de los cerros a los mares
por ver en la sal verde tu llanura.
Oigo también en tu guitarra olores
con los pasos de chivo del verano:
gobernador de venas y de amores.
Tierra que estás en la guitarra haciendo
el tumbado equilibrio de las nubes
porque ya en tu guitarra está lloviendo..
Ni en el verde sin tregua que te agarra,
ni en tu cielo huidizo de neblinas
hay más verde y azul que en tu guitarra.
Patria desenterrada a grito lento:
hoy que Compadre Mon te riega al aire,
debes saber por qué me duele el viento.
POEMA 9
Más que la frente que fabrica el miedo,
aquí, Compadre Mon, es juez la mano
que tiene puesto en el gatillo el dedo.
Aquí nomás, en donde el desafío
lava cosas de adentro... lava cosas
que no las puede ya lavar el río.
Compadre Mon, y tú me lo decías...
Compadre Mon, y aún estoy oyendo:
—tengo en la punta de un puñal mis días—
Algo sacabas tú de la canana,
algo que te alumbraba, que tenía
de repente ya un poco de mañana.
Filo con sangre tiene aquí más brillo.
Aquí, donde el cuchillo al hombre lava,
cuando también se ensucia con cuchillo.
Con cuchillo, y en tierras de ciclones,
Dios ha tenido, para ser decente...
que venir por aquí con pantalones.
POEMA 10
Compadre Mon, ya sé que por humano,
más que el fusil, tu corazón, a veces,
defiende la frontera de tu mano.
Pero hay alguien que entierra y desentierra,
y trae bajo las yerbas de tu pelo
ríos tal vez que quieren ver la tierra.
Cuando te crece el huracán sin viento,
cuando sopla los ríos de tus venas,
no va en el aire, pero en él lo siento...
Y como el viento de invisibles perros,
huye la calle de la aldea y baja
por la musculatura de los cerros.
Y hasta el viento haragán que anda sin cielo,
es Pulgarcito sin farol perdido
en el bosque mañoso de tu pelo.
Pero vengo de ti, de tu estatura
que en cada cicatriz tiene una falda,
(pequeñas muertes sobre tu piel dura).
Es que saliendo a no callar lo humano,
más que el fusil, tu corazón, a veces,
defiende la frontera de tu mano. 

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