Sentado en la taza
de la poltrona del baño recibió un golpe demoledor, una primera gota de
agua cayò sobre mi hombro derecho.
No quise tocarla y mucho menos tomar muestras de su olor, seguía con mi lectura sabatina mientras desocupaba mi
intestino grueso floreciente de desechos de la
noche anterior, luego de un intenso trabajo de mi sistema digestivo.
Una segunda gota, fue también una sorpresa, golpeó con rudeza mis sentimientos y amor propios; y me diò justo en el hombro izquierdo,
aparentemente estaba completo.
Pero, entonces escuché que alguien en la tercera
planta del edificio, junto encima de mí
descargaba con gran precisión su propio
baño, fue un instante triste y humillante a la vez. Decidió entonces esperar la tercera campanada
final, y no tuve que esperar mucho, ya estaba anunciada, esta rebosò la copa
del amor propio y cayò justo en el
centro del nacimiento de los hombros frente a la zona del cerquillo del barbero, al final de la cabeza cincuentona.
La gota, fue prodigiosa, recordè entonces que hace un año; en tres
días de aguaceros interminables, en que se abrieron los ventanales de los
cielos de par en par, un pequeñísimo espacio del techo del viejo corolla 98 cedió
y una gotera persistente golpeò mi mano
derecha cuando encendía el acondicionador de aire.
En aquel momento hablé con Dios como se habla con
cualquier terrenal, le dije “ señor mira lo que pasa con el carro, ya me estoy
mojando adentro, ayúdame a venderlo. Siete días después el negocio se hizo
perfecto.
Pero hoy, las tres gotas de agua sobre mi cuerpo
fueron como una señal, orè otra vez e hice una nueva petición al Dios Altìsimo…
Autor:
Victor Elias Aquino
13 de Febrero del 2016.
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