Manuel Aurelio Tavares Justo
Escrito por Angela Peña.
Es representación de dignidad, decoro, firmeza, pureza, lucha. Se
comprometió con la libertad del pueblo dominicano siendo apenas un estudiante
de secundaria guiado por las orientaciones antitrujillistas del reconocido
soldado contra la dictadura, Cocuyo Mieses. La entrega y el sacrificio
caracterizaron los escasos treinta y tres años de vida que dedicó sin
condiciones a combatir por la justicia, la igualdad social,
los derechos comunes, hasta caer asesinado por tropas del Ejército en la
histórica guerrilla que encabezó en las montañas de la Patria.
Manuel Aurelio Tavárez Justo casi no tuvo tiempo para otra actividad que no fueran estudio, trabajo y acción política, a pesar de los entusiastas paseos a Parolí, en su natal Montecristi, donde hacía enormes montañas de sal junto a sus amigos Lisandro Macarrulla, Antonio Rodríguez, Ignacio Rodríguez Chappini, Jaime Ricardo Socías o Euclides Gutiérrez quienes también le acompañaban en el club Ramfis o en el del Comercio.
Amó con pasión y ternura a su amada Minerva, la heroína que asesinó Trujillo. Esperó con vanidad de padre el nacimiento de sus hijos Minerva Josefina (Minú) y Manuel Aurelio, compartiendo caricias y amor con el discurso vibrante, la proclama encendida, la dureza de la cárcel.
Nacido el dos de enero de 1931, fue sacado del pueblo después de hacer la primaria en la escuela Rosa Smester y enviado a La Normal de Varones de Santo Domingo, donde continuó manifestando inquietudes antitrujillistas junto a Leo Nanita, Juan B. Mejía, Luis Espínola, que había despertado en su conciencia rebelde Domingo Peña Castillo (La Cuca), amigo de deportes, natación, poesía y voleibol en la Legión Azul, pero también de sentimientos de independencia.
El padre del mártir, Manuel Francisco Tavárez Ramos, había sido antiyanqui en 1916 y antitrujillista desde siempre. Los abuelos por parte de su madre, Josefa Auristela Justo, pelearon con Desiderio contra Trujillo: Rafael Justo estuvo en las luchas de Montecristi y su mellizo, Manuel, murió en combate contra el incipiente sátrapa.
“Nosotros crecimos con el conocimiento de que Trujillo era un monstruo. Mi papá nunca permitió que se colocara la placa que decía ‘En esta casa Trujillo es el Jefe”, confiesa doña Ángela Antonia, la hermana predilecta de Manolo, la que le siguió en edad y en su estancia en la capital, ella estudiante del colegio Santo Domingo que compartía con él la casa de la tía Isabelita, en el Malecón veintisiete, e iban al cine Olimpia, a los Helados Imperiales o a la Zona Colonial desde cuyos balcones las familias los suponían mellizos.
La dama, novia, esposa, viuda de Jaime Ricardo Socías, el amigo de infancia de su aguerrido hermano, caído también en el alzamiento, acompaña a Elsa Justo, la prima querida de los dos, en el relato familiar y público de la vida del fundador del Movimiento Revolucionario 14 de Junio. El doctor Arnulfo Reyes, sobreviviente de la guerrilla, exalta el valor y el liderazgo del inmortal Manolo. El otro hermano vivo de Tavárez Justo es Eduardo José, ausente del país para la entrevista. Los demás eran Emma Celeste María, Edda Auristela Tavárez Justo, Carmen Tavárez Mayer y Sofía Tavárez.
Gesto de sensibilidad
Un derrame cerebral de don Manuel obligó al hijo mayor a retirarse a
Montecristi y ocuparse de los negocios familiares. Ya se había graduado de
abogado, en 1954, cuando tuvo su primera manifestación de sensibilidad humana:
aumentó el sueldo de todos los trabajadores de la finca de arroz, “al extremo
de discutir con mi padre por las condiciones en que vivían los campesinos”,
cuenta doña Ángela.
En unas vacaciones del trabajo se trasladó a Jarabacoa y durante una fogata conoció a Minerva Mirabal “que estaba prácticamente aislada en casa de unos tíos, ya políticamente señalada. Comienzan a hablar de política, él se interesa por la situación de ella y ahí nace el romance”, refiere la hermana. Doña Elsa acota: “El encuentro con Minerva refuerza sus sentimientos antitrujillistas, creo que desde que la conoció la idealizó inmediatamente, fue una atracción mutua, Minerva vio en él al hombre que había diseñado en su mente”. Contrajeron matrimonio en 1955.
El trece de enero, el líder fue apresado en Montecristi y ya no volvió a ser libre hasta meses después de ajusticiado Trujillo. Fue traído al Servicio de Inteligencia Militar, llevado a La 40, a la prisión de Salcedo, a La Victoria, siempre junto a Leandro Guzmán y Pedro González, esposos de las hermanas María Teresa y Patria. Luego de meses de torturas inenarrables que lo dejaron inconsciente durante tres días, permitieron que la familia lo visitara una vez a la semana.
En la cárcel vivió el tremendo dolor del crimen contra su esposa y las dos hermanas que los esbirros trujillistas le recordaban a diario cuando le pasaban junto a un trozo de yuca seca el periódico con la noticia disfrazada del espeluznante homicidio. La cárcel fortaleció su temperamento y solidificó su liderazgo. “El trabajo que había hecho en la clandestinidad lo llevó a una posición de mando, mantuvo una posición vertical en sus principios, en ningún momento se dejó avasallar, le dieron golpes, punzonzazos, choques eléctricos y no denunció a nadie”, manifiesta doña Elsa.
La familia, empero, le había dado por muerto y llorado: nunca más supieron de él, después del asesinato de la esposa. Fue en 1961, cuando la OEA lo sacó de La 40, que se enteraron de la sobrevivencia y celebraron su libertad.
En unas vacaciones del trabajo se trasladó a Jarabacoa y durante una fogata conoció a Minerva Mirabal “que estaba prácticamente aislada en casa de unos tíos, ya políticamente señalada. Comienzan a hablar de política, él se interesa por la situación de ella y ahí nace el romance”, refiere la hermana. Doña Elsa acota: “El encuentro con Minerva refuerza sus sentimientos antitrujillistas, creo que desde que la conoció la idealizó inmediatamente, fue una atracción mutua, Minerva vio en él al hombre que había diseñado en su mente”. Contrajeron matrimonio en 1955.
El trece de enero, el líder fue apresado en Montecristi y ya no volvió a ser libre hasta meses después de ajusticiado Trujillo. Fue traído al Servicio de Inteligencia Militar, llevado a La 40, a la prisión de Salcedo, a La Victoria, siempre junto a Leandro Guzmán y Pedro González, esposos de las hermanas María Teresa y Patria. Luego de meses de torturas inenarrables que lo dejaron inconsciente durante tres días, permitieron que la familia lo visitara una vez a la semana.
En la cárcel vivió el tremendo dolor del crimen contra su esposa y las dos hermanas que los esbirros trujillistas le recordaban a diario cuando le pasaban junto a un trozo de yuca seca el periódico con la noticia disfrazada del espeluznante homicidio. La cárcel fortaleció su temperamento y solidificó su liderazgo. “El trabajo que había hecho en la clandestinidad lo llevó a una posición de mando, mantuvo una posición vertical en sus principios, en ningún momento se dejó avasallar, le dieron golpes, punzonzazos, choques eléctricos y no denunció a nadie”, manifiesta doña Elsa.
La familia, empero, le había dado por muerto y llorado: nunca más supieron de él, después del asesinato de la esposa. Fue en 1961, cuando la OEA lo sacó de La 40, que se enteraron de la sobrevivencia y celebraron su libertad.
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