Pablo Neruda y su “muerte a mano armada”
Por RAFAEL PINEDA
MONTEVIDEO, Uruguay.- “En el día de su muerte a mano armada”, es el título de un conmovedor poema de Rafael Alberti. Lo he tomado para titular este artículo donde voy a hablarles de La muerte de Pablo Neruda ocurrida el 23 de setiembre del 1973 la cual no fue el desenlace de un cáncer, como lo publicó la historia oficial, sino el resultado de algo muy complejo, una trama criminal urdida por el régimen militar, con la intervención de médicos que se pusieron al servicio de una dictadura que sembró de cadáveres la geografía de Chile.
Esa es la conclusión a la que ha llegado el abogado Eduardo Contreras, luego de conocer las revelaciones de Manuel Araya, chofer y asistente del poeta y quien le acompañó hasta las últimas horas.
En ocasión de la Feria Internacional del Libro de Santiago me reuní con los dos protagonistas del proceso que se lleva a cabo, quienes pusieron en mi conocimiento datos que avalan la demanda que en estos momentos se está ventilando en el proceso que lleva el Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, don Mario Carroza, quien forma parte del equipo de magistrados de dedicación especial al tema de Derechos Humanos, sobre los indicios de asesinato del poeta con una inyección de estafilococo dorado (bacteria altamente resistente a los antibióticos).
A Manuel Araya, el testigo de excepción, lo conocí en el Estadio Nacional, centro de competiciones deportivas con capacidad para 80 mil personas que fue convertido en campo de concentración y donde fueron asesinados miles de partidarios del doctor Salvador Allende. Y al abogado Eduardo Contreras Mella cuando se desempeñó como embajador de Chile en Uruguay.
En el Patio Bellavista, a varios metros de La Chascona, la casa de Neruda que se sitúa a los pies del cerro San Cristóbal, y frente a un simbólico lugar denominado “La casita en el aire”, nos reunimos para compartir las vivencias que yo había tenido en su país a raíz de los infaustos acontecimientos que tuvieron lugar el 11 de setiembre y que enlutaron la democracia de América. Araya y yo les contamos a Contreras cosas que èl, como abogado principal del poeta más grande del siglo XX, quería escuchar para sacar argumentos en favor de la causa.
El 19 de setiembre, partiendo de su casa en Isla Negra, Neruda emprendió viaje hacia Santiago, puente obligatorio para seguir hacia el exilio en México. Lo acompañaban su esposa, Matilde Urrutia y su chofer y hombre de confianza Manuel Araya. La idea era escapar de Chile de la forma más discreta posible disfrazándose de enfermo. Porque no era fácil para un hombre como èl, bajo vigilancia desde el primer día del golpe de estado, con la casa rodeada de militares y con un barco a corta distancia apuntándole los cañones. Además tendría que burlar decenas de retenes militares a lo largo del trayecto. ¿Cómo llegar? Y después de entrar en la capital ¿dónde esconderse, donde esperar la hora de abordar el avión que el presidente de México Luis Echeverría Álvarez, en un gesto solidario, dispuso para él?
No había casa de amigo ni de compañero de partido que lo acogiera unos días, siquiera unas horas. Era la figura inconfundible del poeta de mayor estatura mundial. Ex embajador en Francia. Ex senador comunista y Premio Nobel de literatura.
Pensó viajar en ambulancia desde Isla Negra e internarse en una clínica al llegar a Santiago. Fue directo a la Santa María, una de las más reputadas, permaneciendo desde el 19 en la noche. Manuel Araya regresó a rescatar los originales del libro “Confieso que he vivido” que Neruda olvidó en Isla Negra. El viaje a México se fijó para el día 22 en la mañana, pero el destino se interpuso y Neruda le pidió al Embajador que retuviera el avión un tiempo más, sin explicar motivos, y se pospuso para el 24 del mismo mes.
Según Araya, Neruda pospuso la salida para México, porque aún le quedaban documentos y libros inéditos en Isla Negra, incluyendo una parte de Confieso que he vivido, que deseaba rescatar. Esa misión le tocó al propio Araya, quien el día 23, enviado por Neruda, partió para la isla en compañía de Matilde Urrutia. Neruda quedó en la clínica acompañado únicamente por su hermana Laura Reyes, pero esta casi ciega y aquejada por otros problemas de salud, pasaba casi todo el tiempo durmiendo.
Siguiendo el testimonio de Araya, cuentan los periodistas Francisco Marín y Mario Casasús, que una vez en Isla Negra, llegó la empleada de una hostería cercana y les comunicó que Neruda había llamado por teléfono y pidió que regresaran de inmediato porque mientras él dormitaba entró a la habitación un médico y le puso una inyección en el estómago, y que a partir de ahí se sentía muy mal.
Emprendieron el regreso. Matilde penetró a la habitación y Araya se mantuvo en el parqueo donde lo esperaba un diplomático enviado por el embajador de México, Gonzalo Martínez Corbalá, a quien le hizo entrega de los manuscritos faltantes de Confieso que he vivido, y otros.
Cuando Araya estaba ya en la habitación, la número 406 del cuarto piso de la clínica Santa María, entró un médico y le dijo “señor, tiene que ir urgente a comprarle un remedio a don Pablo; puede comprarlo en una farmacia de Vivaceta.
Araya llegó a Vivaceta y fue interceptado por dos carros militares que al parecer lo estaban esperando, lo bajaron a golpes y terminaron de reducirlo con un balazo. Ahí perdió el contacto con Pablo Neruda para siempre. Luego de una tanda de torturas atroces en la comisaria del terror de la calle Carrión 1795, esa misma fecha, en la noche, lo llevaron al Estadio Nacional. Allí fue donde lo conocí. Cuando lo ingresaron al camerino de la Zona Sur Poniente donde me encontraba, él se convirtió en el foco de atención de los demás prisioneros. Era el chofer de Pablo Neruda.
Araya interpreta que hubo un complot entre el médico y los agentes que lo detuvieron.
Al día siguiente los diarios publicaron en primera plana la noticia de la muerte del poeta. ¿Qué había pasado? Fue una muerte súbita, los testigos coincidieron que estaba en perfecto estado. Conversando. Animado. Planificando cómo iba a formar en México el frente popular para enfrentar a la naciente dictadura.
El certificado médico de la Clínica dice que murió de cáncer por metástasis, agravado por caquexia.
A los cuarenta años, el 8 de abril del 2013, los restos del autor de Canto General fueron exhumados y forenses extranjeros y chilenos determinaron que la muerte se produjo por paro respiratorio. ¿No había sido por cáncer y caquexia? Su mujer, Matilde, sospechó que lo habían matado con una inyección letal, y su hermana Laura Reyes, que también le acompañó en su agonía, declaró que “al llegar a la clínica no estaba para morir… y que a raíz de esto ella pensaba que algo raro había pasado allí” (pag.95 del libro “El doble asesinato de Pablo Neruda).
El embajador de México, Gonzalo Martínez Corbalá, fue una de las últimas personas que vieron a Neruda con vida, y aportó estos datos que los periodistas Francisco Marín y Mario Casasús, autores del libro anteriormente citado, recogen en esa obra: “Neruda estaba bien, en ningún caso tenía caquexia o estaba catatónico”.
Otros testimonios de los últimos que vieron a Pablo Neruda son los de Radomiro Tomic y Máximo Pacheco, políticos chilenos, y Ulf Hjertonsson, miembro de la delegación diplomática de Suecia quien dijo que el día 22 no recuerda “que el poeta se hallara en estado de excitación febril”. También el pintor Nemencio Antúnez, a quien Neruda le habló de la situación que vivía su país y de la decisión que había tomado de irse a México, desde donde convocaría a todos sus amigos alrededor del mundo para nuclear la resistencia antifascista.
Un informe de los periodistas Marín y Casasús citando fuentes confiables, da cuenta de que “13 exámenes realizados entre el 6 de diciembre de 1972 y el 4 de setiembre del 1973…ninguno de estos exámenes da algún indicio de que Neruda tuviera cáncer metatizado”.
Estas evidencias no fueron tomadas en cuenta por la historia oficial y la especie de la muerte por cáncer fue aceptada hasta que el año 2011 el periodista Francisco Marín publicó en la revista Proceso, de México, el reportaje “Neruda fue asesinado”, donde por primera vez y tras 38 años se dio conocer el testimonio de Manuel Araya.
¿La muerte de Pablo Neruda fue un asesinato ejecutado por personal médico al servicio del dictador Augusto Pinochet? El gobierno chileno ha declarado que es altamente probable. En nuestro reciente encuentro, el abogado Eduardo Contreras me dijo: “…todo lo actuado estos años, las mentiras y contradicciones, evidencian con holgura que fue un asesinato”. El proceso en marcha ha cobrado vigor después que un informe científico de la Universidad de Murcia, España, estableciera que “no se puede excluir la presencia de un proceso infeccioso agudo en las últimas horas de vida del poeta”.
Los restos del autor de “Residencia en la tierra” fueron exhumados en el 2013 y ahora son analizados en laboratorios de Dinamarca, Noruega y Canadá, para comprobar la presencia del estafilococo dorado, el mismo agente químico que le fue inoculado al ex presidente Eduardo Frei Montalva, uno de los líderes más fuertes de la oposición interna contra Augusto Pinochet, causándole la muerte el 22 de enero del 1982.
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